segunda-feira, 27 de junho de 2022

Emilio Lledó: lições de helenismo e democracia.

 



O filósofo espanhol reivindica, em "Identidade e Amizade", a importância da cultura grega para dotar de maior sentido o modo de vida atual. Manuel Barrios Casares para El Cultural:


No cabe ser más fiel discípulo. Emilió Lledó (Sevilla, 1927), filósofo y helenista de relieve, miembro de la Real Academia Española, Premio Nacional de Literatura, uno de nuestros últimos grandes humanistas, no sólo ha seguido al insigne maestro de sus años de formación universitaria en Alemania, Hans-Georg Gadamer, en la adopción de un paradigma hermenéutico para abordar los problemas de la comprensión humana.


También parece haberlo imitado en su peripecia vital: tal como Gadamer, tres décadas después de jubilado, continuaba dictando lecciones fundamentales para el siglo XX, así el pensador español se ha consagrado como un venerable maestro que, a sus 94 años, sigue en plena forma intelectual y que en el último decenio nos ha brindado piezas ensayísticas tan destacadas como Palabras en el tiempo, Elogio de la infelicidad o Fidelidad a Grecia.

Identidad y amistad. Palabras para un mundo posible tiene el sabor de las cosas que se han dejado madurar y se entregan depuradas de accesorios innecesarios, para ir al centro palpitante de los asuntos. Lledó practica la filología en su sentido etimológico más eminente: como amor a la palabra, atendiendo a las formas en que el lógos se articula como acceso a una dimensión de la existencia potencialmente liberadora. Quien la entiende así, la liga a la filosofía, sin limitar su ejercicio al plano de la erudición lingüística, sino cultivándola como una disciplina humanística de amplio espectro, que apunta en última instancia a la reivindicación de la dignidad humana.

En esta ocasión, se trata de reivindicar la importancia del legado de la cultura griega para dotar de mayor sentido y anclaje a un modo de vida como el actual, que parece haberlos sustituido por formas devaluadas. Es el caso de las nociones que titulan la obra: la amistad se entiende hoy de manera estrecha, como mera simpatía o cercanía a los afines, cuando no como simple connivencia de intereses. Y la identidad se esgrime como argumento para diferenciarnos de otros.

Lledó sugiere que este endurecimiento de las palabras las devuelve a una condición previa a la esfera racional: como seres naturales nos sentimos inmersos en una lucha egoísta por sobrevivir; pero el lenguaje nos permite disponer de un segundo hábitat, más seguro, del que surge el éthos, un modo de estar en el mundo que forja costumbres, cultura, política, y nos sirve de protección al permitirnos comprender mejor la realidad, razonarla y proponer proyectos de futuro compartidos.

Es necesario, pues, volver al sentido más originario, rico y ambicioso que tuvieron términos como democracia, justicia, solidaridad, o los ya mentados amistad e identidad, para recobrar la senda de su mejor posibilidad. Con tal propósito, Lledó nos conduce en la primera parte del libro a través de un espléndido estudio de las múltiples concreciones de la philía en el mundo clásico hasta remontarse a ese episodio admirable de la Ilíada, en el que Príamo reclama el cadáver de su hijo a su asesino, Aquiles, y entre ambos surge un sentimiento de mutua piedad ante el dolor y la pérdida del otro.

A partir de este topos homérico —ya explorado por Juan Carlos Rodríguez en El desarme de la cultura—, Lledó incide en la idea de que este reconocimiento de una condición humana común es la base de la que nacen las primeras formas de convivencia democrática en Grecia y se arbitran los espacios del diálogo y la educación para frenar los apremios vitales más subjetivos. El ejemplo de Platón, al que Lledó había dedicado ya trabajos fundamentales, sirve aquí de referente principal.

En la segunda parte se aplica idéntico tratamiento al concepto de identidad, desvelando las insuficiencias del individualismo contemporáneo mediante el análisis de los límites de la vieja autarquía y fundando una rigurosa crítica a los nacionalismos excluyentes con la remisión al fondo común de lo humano como genuino germen de toda intimidad y mismidad de la persona.

Quizá el tono socrático de esta insobornable fe en el poder de la educación para vencer los males de nuestra época debería complementarse con una mirada más sombría al fuste torcido de la humanidad, a aquello que no se resuelve sin más con apelaciones a la decencia y a la virtud, pues entraña la crítica de mecanismos ideológicos más insidiosos. Pero esto empañaría la bella luz que emana de una mirada tan confiada en el ser humano, y que nos recuerda hasta qué punto los griegos nos enseñan aún a ser ciudadanos.

Estamos, sin duda, ante la gran lección de un profundo conocedor de la cultura griega, que con su penetrante mirada a los clásicos logra, en el crepúsculo del presente, reflejarse él mismo como un clásico.
 
BLOG  ORLANDO  TAMBOSI

Nenhum comentário:

Postar um comentário