A República Checa conseguiu escapar do socialismo minimizando o risco de captura oligárquica dos ativos estatais. Juan Ramón Rallo para o Instituto Independiente:
La República Checa ha superado en renta per cápita a España.
Las razones que explican este hito son varias (entre ellas, su mayor
flexibilidad laboral, su sistema impositivo menos agresivo contra el
ahorro y la inversión o sus moderados niveles de endeudamiento público),
pero creo que hay uno que conviene resaltar sobre los demás: su limpia
transición desde el socialismo al capitalismo (algo que no sucedió en
muchas otras repúblicas exsocialistas).
Recordemos
que uno de los grandes retos que afronta cualquier país socialista que
desee avanzar hacia el capitalismo es el de privatizar (o re-privatizar)
los medios de producción. A la postre, el socialismo se caracteriza por
la omnipresente propiedad estatal de los medios de producción, de modo
que, para abandonarlo, es necesario devolverle a la sociedad la
propiedad sobre los mismos. Y el riesgo de toda privatización, claro, es
que aquellos individuos encargados de definir el procedimiento por el
cual los activos estatales pasan a manos privadas lo retuerzan y lo
manipulen en su propio beneficio, transformando entonces la nomenklatura
socialista en una oligarquía mercantilista.
En
1990, Checoslovaquia era justamente uno de los países socialistas con
mayor porcentaje de activos estatales: el 97% de toda la propiedad era
público, lo que suponía un más que evidente obstáculo a la hora de
progresar rápidamente hacia el capitalismo. ¿Qué hizo la República Checa
(tras la disolución de Checoslovaquia) para lograr que apenas tres años
después el 80% de esos activos ya estuviera en manos privadas?
Los
métodos utilizados fueron diversos: por ejemplo, la restitución de
propiedades a los propietarios originales (si uno podía acreditar que él
o su familia era propietario de un activo antes de la confiscación
socialista, podía iniciar un procedimiento para reclamar su devolución) o
las subastas por parte de los gobiernos locales (pero permitiendo que
fueran los ciudadanos quienes efectuaran propuestas sobre qué activos
subastar y bajo qué condiciones). En ambos casos, se trataba de
mecanismos concebidos para privatizar las pequeñas propiedades públicas
(inmuebles, restaurantes, tiendas, hoteles, pymes...): pero,
evidentemente, la mayor dificultad se hallaba en la privatización de las
grandes compañías estatales. ¿Qué hacer con ellas? ¿A quién transferírselas? ¿Cómo evitar el riesgo de latrocinio extractivo por parte de agentes con capacidad para influir o engañar al poder político?
La crucial decisión que tomó al respecto el Gobierno de Václav Havel
fue permitir que todos los ciudadanos checos pudiesen pujar en
exclusiva por las acciones de esas compañías. Así, en las dos olas de
privatizaciones de grandes empresas, cada ciudadano checo podía comprar,
a cambio de 1.000 coronas checas (aproximadamente el equivalente al
salario de una semana), un único cheque que contenida 1.000 puntos, y
con esos puntos podía pujar por las acciones de las distintas empresas
que se estaban subastando en ese momento (a las subastas, solo se podía
acudir con esos puntos, no con dinero): 100 puntos, por ejemplo, daban
derecho a comprar tres acciones de una empresa en la primera ola y dos
acciones en la segunda (todas las empresas en cada ola tenían el mismo
valor nominal de salida, y lo que cambiaba era el número total de
acciones emitidas por cada compañía), y si había más demanda que oferta
por las acciones de una determinaba empresa, se celebraba una segunda
ronda en la que aumentaba el precio de las acciones hasta que se vaciaba
el mercado (en la primera ola de privatizaciones, hubo cinco rondas; en
la segunda, seis). Los ciudadanos, a su vez, podían optar por invertir
directamente en las empresas o por depositar sus puntos en algún fondo
de inversión nacional para que pujara en su nombre por aquellas acciones
percibidas como más prometedoras por sus analistas.
Una
vez los ciudadanos tomaron posesión de las acciones que habían
escogido, ya tenían derecho a disponer de ellas como gustaran: o bien
vendiéndoselas al mejor postor o bien reteniéndolas en su cartera
confiando en su revalorización futura. Asimismo, y como las empresas ya
estaban totalmente privatizadas, el Gobierno checo se desvinculó por
entero de las mismas, de modo que estas pasaron a estar sometidas a la disciplinada del mercado
(lo que las forzó a reestructurarse para volverse lo suficientemente
viables y competitivas como para remunerar a sus nuevos dueños de
verdad: los checos).
En
definitiva, mediante ese sencillo mecanismo (que en última instancia
consistía en privatizar las empresas públicas repartiendo acciones entre
los ciudadanos en función de las preferencias inversoras que estos
hubiesen expresado en relación con las distintas empresas), la República
Checa consiguió escapar del socialismo minimizando el riesgo de captura
oligárquica de los activos estatales. Un modelo que no solo pavimentó
el camino hacia un desarrollo sano y sostenido, sino que además merece
convertirse en una referencia para cuando, ojalá en algún momento no muy
lejano, las sociedades occidentales desmantelen sus Estados
hipertrofiados y debamos privatizar (es decir, devolver a la sociedad)
la mayor parte de esas propiedades públicas.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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