Marian L. Tupy assinala, em artigo publicado pelo Instituto Cato, que ao longo da história os mosquitos mataram mais gente que todas as guerras juntas:
El libro de Timothy C. Winegard, The Mosquito: A Human History of Our Deadliest Predator,
contiene mucha información interesante. Por ejemplo, el historiador
estadounidense argumenta que los mosquitos puede que hayan jugado un
papel en la extinción de los dinosaurios. También señala que las
enfermedades que los mosquitos portan han existido lo suficiente como
para alterar el ADN humano (esto es, la prevalencia de la anemia de
células falciformes entre las personas con ancestros africanos). Según
Winegard, el mosquito “ha reinado en la tierra durante 190 millones de
años y ha matado con una potencia incesante” a algunos 52 miles de
millones de personas (esto es, mas que todas las guerras combinadas).
Uno
de los pasajes más interesantes tiene que ver con el llamado “Esquema
de Darien”, que fue el intento del Reino de Escocia de colonizar el
Golfo de Darién en lo que hoy es Panamá. Los escoceses vinieron
equipados con una imprenta y suficientes medias de lana pero no tenían
ni la más remota idea de cómo lidiar con miles de mosquitos que
rápidamente acabaron con los colonizadores. El golpe financiero al reino
fue tan severo que los escoceses aceptaron unir fuerzas con los
ingleses, formando así lo que hoy es el Reino Unido de Gran Bretaña
(Inglaterra, Escocia, y Gales) e Irlanda del Norte.
La
malaria, la enfermedad más común esparcida por el mosquito, es una cosa
del pasado en gran parte del mundo desarrollado, pero el parásito
todavía infecta alrededor de 200 millones de personas al año —matando a
400.000 personas. Los niños menores de cinco años son los más
susceptibles a la malaria, constituyendo una mayoría de las muertes a
nivel mundial. Adicional al sufrimiento humano, la malaria impone
enormes costos económicos a los países más pobres del mundo —nueve por
ciento del producto interno bruto de Chad, por ejemplo.
Compasivamente,
nuestro enemigo más antiguo se ha topado con un rival de su altura. La
pandemia del COVID-19 succionó tanto aire del ciclo noticioso que
relativamente pocas personas notaron el surgimiento de una nueva vacuna contra la malaria.
La inyección infecta a las personas con “parásitos vivos Plasmodium
falciparum, junto con medicinas que matan a cualquier parásito que llegó
al hígado o al flujo sanguíneo, donde puede provocar síntomas de
malaria”. Según la revista Nature,
“la vacunación protegió a 87,5 por ciento de los participantes que
fueron infectados luego de tres meses con la misma variante del parásito
que fue utilizada en la inoculación, y 77,8 por ciento de aquellos que
fueron infectados con una variante distinta”.
En nuestro libro, Ten Global Trends Every Smart Person Should Know: And Many Others You Will Find Interesting,
Ronald Bailey y yo señalamos que gracias a los mejores tratamientos y
medidas de prevención, la tasa de mortalidad por malaria cayó de 12,6
por cada 100.000 en 1990 a 8,2 por ciento por cada 100.000 en 2017. El
progreso gradual es alentador, pero esperamos con ansias el día en que
la tasa de mortalidad por la malaria sea de cero y esa enfermedad se una
a las otras enfermedades que la humanidad ha extinguido o contenido. El
año pasado puede que haya sido miserable, pero parece habernos dado no
una sino dos vacunas importantes. Ciertamente que eso es algo por lo que
deberíamos estar agradecidos.
Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (EE.UU.) el 9 de julio de 2021.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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