Axel Kaiser imagina o que seria do Chile de triunfasse a opção de
aprovar uma nova Constituição em plebiscito a realizar-se em outubro:
Como todo sueño, este llegaría trágicamente a su fin con el irrumpir
del alba y la constatación de que el virus que me afiebraba había
llevado a cancelar el referéndum. Pero el alivio regresó tan pronto supe
que habrá otra oportunidad para realizarlo en octubre. De aquí a
entonces, especialmente debido las restricciones nocturnas impuestas por
la pandemia, quedan muchas noches para, fiebre mediante, seguir soñando
con ese maravilloso Chile.
En uno de estos indistinguibles días de cuarentena, algo afiebrado,
probablemente por el trabajo incesante de un coronavirus, soñé que el
referéndum constitucional se realizaba este domingo y ganaba la opción
Apruebo. Con cuidado, los electores, intelectuales y políticos
estudiaban la historia de América Latina, la región con mayor cantidad
de experimentos constitucionales en la historia del mundo, para
concluir, sin lugar a dudas, que una nueva Constitución era el camino
para el éxito social y político de Chile. Y es que, en el sueño, todos
—y también todas— sabían perfectamente que la Constitución de 1980 vino a
corromper a un país que, hasta antes del golpe de Estado alienígena que
nos afectó, no exhibía los problemas de tensión social, polarización y
violencia que se verifican hoy.
Entendíamos también que Lagos bromeaba cuando dijo en 2005 que por
fin teníamos una Constitución ‘democrática’ que ‘unía’ a los chilenos, y
que eso de ponerle su firma junto a la de todos sus ministros frente a
un sollozante Congreso pleno formaba parte de la humorada. En el sueño,
un Lagos del futuro nos aleccionaba, otra vez, en que el problema de
fondo no éramos los chilenos, incapaces de convivir en armonía y valorar
lo que tenemos, sino la Constitución impuesta por un extraterrestre
maligno que nada tenía que ver con nosotros.
El triunfo del Apruebo, agregaban sus ministros, terminaría con el
‘neoliberalismo’. Este cáncer incubado en la Constitución, nos
demostraban persuasivamente en foros de alto vuelo intelectual llamados
‘matinales’, nada había tenido que ver con la reducción de la
desigualdad de 0,58 a 0,48 en el índice Gini, con la baja de la
inflación de casi un 600% a 3%, con la caída de la pobreza de 60% a 8%,
con cuadruplicar el PIB per cápita, con incrementar la clase media de
cerca de un 20% a casi un 70%, con aumentar el ingreso de los más pobres
en un 145% contra un 30% de los más ricos, ni tampoco con alcanzar la
mayor movilidad social de toda la OCDE (2017).
El sueño continuaba con un órgano constituyente que, cual Convención
de Philadelphia de 1787, tras elevados y cívicos debates en los que el
impresionado visitante James Madison tomaba nota, creaba una nueva
Constitución en un ambiente de absoluta paz y armonía social. La nueva
Carta Magna limitaba ahora las facultades del Tribunal Constitucional de
frenar leyes inconstitucionales de nuestros parlamentarios, porque
ellos jamás hacían eso, y porque de todos modos esos límites nos hacían
menos democráticos y felices. También se abría la posibilidad de
cuestionar la independencia del Banco Central y, sobre todo, se
levantaba la prohibición ‘neoliberal’ de que este financie directamente
la deuda pública, pues esto debía quedar en manos de la representación
popular. Desaparecían además las reglas de expropiación que obligan al
Estado a pagar un valor real al contado y previo a la toma de posesión
de los bienes expropiados, pues, a la luz la historia de Chile, esta
norma no tenía sentido. Las concesiones mineras, que según nuestra
Constitución deben ser otorgadas por resolución judicial y no por mera
voluntad o capricho del funcionario de turno, también se terminaban en
aras de un nuevo ‘régimen de lo público’ que entendía que el recurso
minero era de todos los chilenos —y chilenas— y no de empresas
abusadoras que se quedaban con lo que es del pueblo. Del mismo modo, las
normas que hacen que iniciativas de impuestos y gasto fiscal sean de
materia exclusiva del Poder Ejecutivo se flexibilizaban para, otra vez,
hacer de nuestro país uno más democrático y solidario.
Lamentablemente, como todo sueño, este llegaría trágicamente a su fin
con el irrumpir del alba y la constatación de que el virus que me
afiebraba había llevado a cancelar el referéndum. Pero el alivio regresó
tan pronto supe que habrá otra oportunidad para realizarlo en octubre.
De aquí a entonces, especialmente debido a las restricciones nocturnas
impuestas por la pandemia, quedan muchas noches para, fiebre mediante,
seguir soñando con ese maravilloso Chile en el que muchos anhelan
‘despertar’ luego del triunfo del Apruebo.
Este artículo fue publicado originalmente en El Mercurio (Chile) el 26 de abril de 2020. (Instituto Cato).
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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