Macário Schettino escreve, no Instituto Cato,
sobre o último livro do analista geopolítico norte-americano Ian
Bremmer, que analisa os acertos e erros do globalismo. Convém lembrar -
embora o articulista não o faça - que globalização é um processo cego
como o mercado e ocorre há séculos, enquanto globalismo é uma ideologia
surgida no final do século passado:
Ian Bremmer es un
analista geopolítico muy importante en Estados Unidos. Publicó
recientemente un libro titulado Us vs. Them: the Failure of Globalism
(Nosotros y ellos: el fracaso del globalismo), en el que analiza lo que
cree que está ocurriendo en el mundo. En su opinión, el proceso de
globalización, que ha generado grandes ganancias para miles de millones
de seres humanos, también ha tenido costos para otros. Quienes se
sienten amenazados por este proceso se han convertido en una fuerza
política relevante, y en los últimos años están transformando el
panorama en el mundo.
Como usted sabe,
todas las transformaciones implican ganadores y perdedores. Mientras
mayor es el cambio, mayor puede ser lo que se gana y se pierde, y
también el efecto alcanza a más personas. En los últimos 30 años, o poco
más, la transformación global ha sido la más importante de la historia,
si la medimos por el número de personas que han escapado de la pobreza
extrema. De inicios de los ochenta al día de hoy, más de dos mil
millones de seres humanos dejaron ese nivel de miseria. Ellos son los
ganadores. Sin embargo, en ese mismo periodo dejaron de crearse empleos
industriales en los países del primer mundo, de forma que algunas
decenas de millones de personas sufrieron esa pérdida. Algunos, tal vez
unos pocos millones, no pudieron recuperarse de ello, y su nivel de vida
se contrajo. La mayoría simplemente no ha podido mejorar, pero está muy
lejos de tener presiones económicas significativas. No importa: ellos
se consideran perdedores de la globalización, y están enojados.
Bremmer identifica
correctamente lo que las personas piensan, en los países desarrollados y
un puñado de países emergentes, y con base en ello considera que hay
dos caminos hacia adelante. Uno es construir muros, separar a nosotros y
a ellos, aunque eso no resuelve problemas, y puede incrementarlos. El
otro es volver a pensar el contrato social, intentando reescribirlo en
términos modernos, aprovechando la tecnología, pero también aminorando
su impacto. Específicamente revisa una docena de países, entre ellos
México y Brasil, en los que cree que este tema será de gran importancia.
Creo que es un buen
libro, si aceptamos partir de que la globalización es la causa del enojo
y por lo tanto de la polarización. En buena medida, eso es lo que
vemos: intentos de limitar el comercio internacional, cerrar las
fronteras, controlar internamente a la ciudadanía. En todos los países
de primer mundo se puede ver esa tendencia, con mayor o menor fuerza.
Sin embargo, sigo
convencido de que lo que estamos viendo no es un fenómeno de origen
económico, sino comunicacional, y por lo mismo me parece que hay que
complementar el análisis de Bremmer. En la división entre nosotros y
ellos, me parece, coincidimos cuando Bremmer percibe que los jóvenes,
que viven en ciudades grandes y tienen acceso a educación, tienen una
percepción del mundo muy diferente de la que tienen los mayores de 40
años. Esa división, preponderante en el primer mundo, se traduce en una
dispersión inmensa del “nosotros” en miles de pequeñas islas, cada una
con una única idea, que pretenden convertir en agenda pública. Frente a
ello, “ellos” tienen una mayor coherencia, con muy pocas ideas: tierra,
raza, religión. Como bien dice Bremmer, Trump no creó a “ellos”, sino al
revés: los supo leer y por eso ganó.
Esos ellos, dice
Jonah Goldberg en otro libro que pronto comentaré con usted, se definen
por el romanticismo, la respuesta sentimental al materialismo que ha
producido el bienestar global de las últimas décadas. Y ese
sentimentalismo parece vencer cualquier análisis racional.
Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 21 de mayo de 2018.
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