Duas décadas de política
energética e climática contra os moinhos do livre mercado não serviram
para grande coisa, escreve Daniel Herrera em Libertad.org:
El Acuerdo de París
no es vinculante. Cada país puede presentar el plan que quiera,
cumplirlo o no, y no pasa nada. Pero es un símbolo de la intención de
los poderes del mundo de derrochar el dinero y las energías de sus
ciudadanos en prevenir un problema que no sabemos si existe. Y por tanto
la decisión de Trump es importante no porque vaya a cambiar nada en la
práctica, sino porque es a su vez un símbolo de que existe al menos un
país importante que no está dispuesto a someter a su gente a ninguna
restricción dolorosa en pos de la quimera climática.
El mundo lleva
décadas reduciendo el CO2 que emite por energía generada, pero también
produciendo cada vez más energía. Dependiendo del país y del momento,
tiene más fuerza una u otra tendencia. En Estados Unidos, por ejemplo,
gana la primera gracias al demonizado fracking, que ha hecho rentable
sustituir progresivamente como fuente de energía el carbón por el gas
natural, que aun siendo un combustible fósil produce menos emisiones.
Incluso los acuerdos vinculantes tienen poca influencia sobre esto. Por
ejemplo, esto es lo que sucedió en los países firmantes del Protocolo de
Kioto:
El Acuerdo de París
no es vinculante. Cada país puede presentar el plan que quiera,
cumplirlo o no, y no pasa nada. Pero es un símbolo de la intención de
los poderes del mundo de derrochar el dinero y las energías de sus
ciudadanos en prevenir un problema que no sabemos si existe. Y por tanto
la decisión de Trump es importante no porque vaya a cambiar nada en la
práctica, sino porque es a su vez un símbolo de que existe al menos un
país importante que no está dispuesto a someter a su gente a ninguna
restricción dolorosa en pos de la quimera climática.
El mundo lleva
décadas reduciendo el CO2 que emite por energía generada, pero también
produciendo cada vez más energía. Dependiendo del país y del momento,
tiene más fuerza una u otra tendencia. En Estados Unidos, por ejemplo,
gana la primera gracias al demonizado fracking, que ha hecho rentable
sustituir progresivamente como fuente de energía el carbón por el gas
natural, que aun siendo un combustible fósil produce menos emisiones.
Incluso los acuerdos vinculantes tienen poca influencia sobre esto. Por
ejemplo, esto es lo que sucedió en los países firmantes del Protocolo de
Kioto:
Aun siendo generosos,
es difícil no concluir que dos décadas de política climática y
energética enfrentándose a los molinos del libre mercado no han servido
para gran cosa, aparte de para subir la factura eléctrica en países como
España o Alemania. Unos señores con la faltriquera bien cubierta, que
viajan todos los años en avión a donde quiera que tenga lugar la cumbre
climática anual, que jamás han hecho siquiera el gesto de celebrarla por
videoconferencia para no emitir CO2, han impuesto en el altar del clima
el sacrificio de una electricidad más cara a los más pobres. Pero el
dios ecologista no parece haber escuchado, ya que ninguno de esos
grandes tratados internacionales parece haber jugado ningún papel en
reducir la Gran Amenaza.
Es un alivio que el
problema no parezca tan grave como nos cuentan. Que aunque los seres
humanos tengamos un papel en el clima, los registros de temperaturas de
los últimos años han confirmado que la variabilidad natural tiene un
peso mayor del que creía el consenso científico y que por tanto la
temperatura no subirá demasiado por nuestra culpa. Que ninguna de las
predicciones de los alarmistas ha acertado hasta la fecha. Para un
escéptico, todo esto no es más que derrochar riqueza para nada. Para un
creyente, tampoco tiene ningún efecto práctico sobre tus peores temores.
Entonces ¿a qué viene el escándalo?
Los progresistas en
general, y los ecologistas en concreto, están acostumbrados a que el
mundo camine siempre en la dirección que ellos desean, a que haya quizá
resistencia a sus medidas, pero que una vez aprobadas jamás sean echadas
atrás. Por eso están llevando fatal que un país tan crucial como
Estados Unidos se desligue del primer gran tratado mundial contra el
cambio climático, por más que no sirviera para nada. Anoche veía al alcalde de Miami Beach
incapaz de contestar a la pregunta básica: ¿qué utilidad práctica tenía
el acuerdo de París? ¿Por qué estamos peor sin él? Porque “estábamos
todos unidos en esta gran lucha” fue lo más concreto que pudo responder.
Les ha fastidiado el símbolo un tipo al que menosprecian, y no son
capaces de asimilarlo. No hay más.
Aun siendo generosos,
es difícil no concluir que dos décadas de política climática y
energética enfrentándose a los molinos del libre mercado no han servido
para gran cosa, aparte de para subir la factura eléctrica en países como
España o Alemania. Unos señores con la faltriquera bien cubierta, que
viajan todos los años en avión a donde quiera que tenga lugar la cumbre
climática anual, que jamás han hecho siquiera el gesto de celebrarla por
videoconferencia para no emitir CO2, han impuesto en el altar del clima
el sacrificio de una electricidad más cara a los más pobres. Pero el
dios ecologista no parece haber escuchado, ya que ninguno de esos
grandes tratados internacionales parece haber jugado ningún papel en
reducir la Gran Amenaza.
Es un alivio que el
problema no parezca tan grave como nos cuentan. Que aunque los seres
humanos tengamos un papel en el clima, los registros de temperaturas de
los últimos años han confirmado que la variabilidad natural tiene un
peso mayor del que creía el consenso científico y que por tanto la
temperatura no subirá demasiado por nuestra culpa. Que ninguna de las
predicciones de los alarmistas ha acertado hasta la fecha. Para un
escéptico, todo esto no es más que derrochar riqueza para nada. Para un
creyente, tampoco tiene ningún efecto práctico sobre tus peores temores.
Entonces ¿a qué viene el escándalo?
Los progresistas en
general, y los ecologistas en concreto, están acostumbrados a que el
mundo camine siempre en la dirección que ellos desean, a que haya quizá
resistencia a sus medidas, pero que una vez aprobadas jamás sean echadas
atrás. Por eso están llevando fatal que un país tan crucial como
Estados Unidos se desligue del primer gran tratado mundial contra el
cambio climático, por más que no sirviera para nada. Anoche veía al alcalde de Miami Beach
incapaz de contestar a la pregunta básica: ¿qué utilidad práctica tenía
el acuerdo de París? ¿Por qué estamos peor sin él? Porque “estábamos
todos unidos en esta gran lucha” fue lo más concreto que pudo responder.
Les ha fastidiado el símbolo un tipo al que menosprecian, y no son
capaces de asimilarlo. No hay más.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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