A Europa criou o
nazismo, o fascismo e o comunismo, essas desgraças do século XX. Agora
quer eliminar o ódio por decreto, mergulhando novamente na utopia -
desta vez, politicamente correta e contra a liberdade de expressão.
Artigo do dinamarquês Flemming Rose, publicado no Instituto Cato:
Europa se mueve
guiada por un sueño. Quiere erradicar el odio, un intenso sentimiento de
aversión que todo ser humano ha experimentado alguna vez. La Unión
Europea y sus instituciones parecen creer que si son capaces de crear un
espacio público libre de odio y ofensa, alcanzarán la paz eterna. A mí
esto me parece utópico, y sabemos por la historia que la primera víctima
de cualquier utopía es la libertad. En este caso, la libertad de
expresión. El derecho al odio es tan importante como el derecho al amor,
siempre que no se exprese en forma de incitación directa a la
violencia.
Es difícil negar la
legitimidad del odio que sienten los padres cuyo hijo ha sufrido los
abusos de un pedófilo. Lo mismo se puede decir de las víctimas de un
crimen o de las personas a las que se ha humillado de alguna manera. El
odio forma parte de la condición humana, nos guste o no. Esto no
significa que no debamos denunciar el odio contra las minorías. Por
supuesto que debemos hacerlo, pero la ley no es una herramienta eficaz
para combatir las opiniones que animan la incitación al odio. Para
hacerlo tenemos que hablar más, no menos.
La legislación
europea contra la incitación al odio está legitimada por el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos de Naciones Unidas,
adoptado en 1966. Sin embargo, poca gente sabe que democracias liberales
como Suecia, Noruega, Holanda y Reino Unido votaron en contra del
artículo que instaba a penalizar la incitación al odio. El artículo fue
una iniciativa del bloque soviético. Eleanor Roosevelt, que presidía el
Comité de Derechos Humanos de la ONU, advirtió de que podía ser
utilizado por cualquier dictador para acallar las voces críticas. Eso
fue exactamente lo que pasó. Aunque las leyes contra la incitación al
odio se justifican como una manera de proteger a las minorías, han sido
utilizadas para socavar los derechos de los grupos étnicos y religiosos
minoritarios, así como para debilitar los movimientos a favor del cambio
social en todo el mundo. Si algún día el político holandés Geert
Wilders llega a tener mayoría en el Parlamento, puede que haga uso de la
legislación actual para prohibir el Corán y discriminar a los
musulmanes.
Normalmente, las
leyes contra la incitación al odio sirven como medio para imponer las
normas de determinado grupo al conjunto de la sociedad. Esto resulta
particularmente problemático en una Europa cada vez más diversa, en la
que la gente profesa diferentes creencias.
Lo que para uno es
incitación al odio, para otro es poesía. Lo que para un cristiano es
sagrado, a un musulmán puede parecerle una blasfemia.
En 2007, la Unión
Europea adoptó un acuerdo marco que obligaba a los Estados miembros a
promulgar leyes que declarasen delito la negación del Holocausto, así
como otras variantes del discurso del odio que denigrasen a personas o
colectivos o se mofasen de ellos. En la actualidad, estas leyes forman
parte de los códigos de 13 de los 28 Estados miembros. En Europa del
Este, la iniciativa ha desembocado en la proliferación de normas que
penalizan la negación o la banalización de los crímenes del comunismo.
Rusia, Ucrania, Ruanda y Bangladesh han utilizado la legislación de la
Unión Europea que castiga la negación del Holocausto para justificar los
ataques contra la libertad de expresión y de cátedra.
Un problema crucial
de las leyes contra la incitación al odio es que no existe una
definición clara de la misma. Esto deja margen a los poderes dispuestos a
utilizar la ley para reprimir las opiniones y las expresiones que no
sean de su agrado. En 2015, la comisaria europea de Justicia, Vera
Jourova, declaró: “Si la libertad de expresión es una de las piedras
angulares de una sociedad democrática, la incitación al odio es una
flagrante violación de ese libertad. Se debe castigar severamente”. Un
enfoque peligroso de la libertad de expresión, sobre todo si no hay
consenso sobre el concepto de incitación al odio. De hecho, el derecho a
la ofensa es parte integrante de la libertad de expresión. Nadie tiene
derecho a no ser ofendido. La libertad de expresión solo tiene sentido
si incluye el derecho a decirle a la gente lo que no le gusta, como dijo
una vez George Orwell.
En el fondo del
debate sobre la incitación al odio y los límites de la libertad de
expresión en Europa se oculta una paradoja: los políticos europeos han
acogido con los brazos abiertos la diversidad cultural, étnica y
religiosa y se han congratulado de ella. Por otro lado, no han estado
dispuestos a aceptar esa misma diversidad a la hora de expresarse.
Insisten en que, cuanta más diversidad cultural y religiosa, menos
diversidad de expresión necesitamos. Desde mi punto de vista, esto es
ilógico. Si abrimos los brazos a la diversidad religiosa y cultural,
tenemos que aceptar que esta conlleva la necesidad de más, no menos,
libertad de expresión para manifestar nuestras diferencias y
desacuerdos.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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