sábado, 30 de março de 2024

Sexo, guerra e canibalismo: a (impossível) caça à mente neandertal.

 

BLOG  ORLANDO  TAMBOSI

El paleoantropólogo Ludovic Slimak arremete contra la actual visión de nuestra especie más cercana. Nuño Rodríguez para El País:


En 2017, un telescopio en Hawái descubrió un objeto de 400 metros de largo y forma de misil que viajaba a toda velocidad por el espacio. Había llegado hasta nosotros desde una estrella más allá del Sol. Las especulaciones sobre una posible visita alienígena se dispararon. Este comportamiento desvela una de las mayores carencias de los humanos actuales: nos sentimos solos en el universo y ansiamos encontrar otra inteligencia equivalente para comunicarnos y compararnos con ella.

La última vez que sucedió un encuentro así fue en nuestro propio planeta, hace decenas de miles de años, cuando miembros de nuestra especie salidos de África se encontraron frente a frente con los neandertales, humanos que habían vivido y evolucionado solos durante cientos de miles de años en Europa. A pesar de más de siglo y medio de investigación científica, seguimos sin tener ni idea cómo era aquella inteligencia; esa otra forma de ser humano.Más información

El paleoantropólogo francés Ludovic Slimak se autodefine como un cazador de neandertales. Se jacta de llevar 30 años deslizándose en las “estrechuras y las grietas” donde vivían, comían y dormían aquellos humanos antes de extinguirse para siempre, hace unos 40.000 años. Su ansia de entender le ha llevado desde el abrasador Cuerno de África a las gélidas latitudes del círculo polar ártico en busca de nuevos restos fósiles, un viaje vital que relata en El neandertal desnudo. Comprender a la criatura humana (Debate).

Uno de los lugares donde pueden hallarse nuevas respuestas son las grandes estepas de mamuts, en el ártico ruso, escribe Slimak. Hace decenas de miles de años, mientras una Europa inhabitable estaba cubierta de glaciares con kilómetros de espesor, el clima de las regiones boreales de Eurasia y América era inusualmente favorable, y estaban pobladas por numerosos animales que constituían la caza ideal. En el norte de Rusia se han hallado restos enigmáticos que podrían demostrar que los neandertales fueron los primeros en vivir en el gran norte y que tenían una inteligencia superior, como las marcas profundas y seriadas en colmillos de mamut o los rastros de caza y descarnamiento hace 48.000 años, antes de que ningún sapiens hubiese llegado a esta zona. En el ártico ruso, Slimak, que trabaja en el Consejo Nacional de Investigación Científica francés, ha hallado herramientas de piedra musterienses, típicamente neandertales, de hace 28.500 años. Este hallazgo publicado en Science en 2011 propone la existencia de un grupo de neandertales que seguían viviendo tan tranquilos en Siberia 12.000 años después de su supuesta extinción. A la espera de encontrar más restos, este es uno de los muchos enigmas que rodean a la especie, admite Slimak.

Otro de los lugares claves para escarbar en la mente neandertal es la cueva de Néron, en el suroeste de Francia, donde se hallaron huesos neandertales que habían sido devorados por miembros de esta misma especie. El canibalismo es un comportamiento muy humano, tanto que se le ha atribuido una complejidad cultural exclusiva de nuestra especie. Se puede devorar al enemigo para hacer desaparecer su poder y transformarlo en heces o comer con sumo respeto los despojos de un familiar querido. Este canibalismo sin hambre es profundamente cultural. Pero en el siglo XIX, cuando se hallaron los restos del canibalismo neandertal en la cueva Néron se concluyó que era un acto de desesperación por hambre. Los neandertales no eran lo suficientemente civilizados como para ser antropófagos, resumió un científico.

Slimak ha encontrado en un yacimiento cercano los restos de seis neandertales, entre ellos dos niños, que fueron devorados. Las marcas en los huesos muestran que los descarnaron con mucho más cuidado que a los animales que sí se consumían por simple hambre. Además, había marcas en partes ínfimamente nutritivas, como las falanges de los dedos.

En 1854, el médico y explorador escocés John Rae alertó de que los inuit del ártico le habían contado su encuentro con un grupo de humanos famélicos y siniestros que habían devorado a varios de sus compañeros. Eran los últimos supervivientes del Terror y el Erebus, dos navíos británicos que habían zarpado en 1845 con la intención de abrir el paso del Noroeste y que se habían perdido en el hielo. En 2015, el análisis de algunos de los cuerpos de la tripulación demostró marcas no solo de descuartizamiento y cocción en ollas, sino también de rotura intencionada para acceder a la médula. La historia le sirve a Slimak para argumentar que el canibalismo por hambre solo se da entre humanos desesperados que están fuera de su territorio. Los inuit, por ejemplo, no conocen el canibalismo, a pesar de vivir en un entorno durísimo. Los neandertales del yacimiento francés, que vivieron hace unos 100.000 años, estaban muy adaptados a su entorno y es poco probable que el cambio climático lo transformarse tanto como para dejarles desesperados y perdidos. ¿Eran entonces caníbales culturales? Imposible saberlo con seguridad, según Slimak.

Uno de los comportamientos más humanos es atribuir significado a los objetos. Es el llamado pensamiento simbólico que se creía exclusivo de los sapiens y que en los últimos años también se ha otorgado a nuestros primos neandertales. Pero Slimak desprecia esta posibilidad. “Aún nadie ha conseguido encontrar un agujero neandertal”, escribe, en referencia a que los supuestos collares de conchas o garras pueden ser solo artificios. Del mismo modo piensa de las plumas de adorno para lo que denomina “el neandertal mohicano”. Tampoco acepta el arte rupestre neandertal, pues, dice, las dataciones no son consistentes.

Dibujo de un neandertal inspirado en el cráneo hallado en el yacimiento de Chapelle Aux Saints (Francia) realizado por el antropólogo Carleton Coon en 1939.

Slimak arremete contra un “neandertal espantapájaros” al que hemos disfrazado de nosotros mismos. Suele decirse que no seríamos capaces de identificar un miembro de esta especie si fuera afeitado y bien vestido. El origen de esta frase repetida muchas veces está en una imagen de 1939 en la que el antropólogo Carleton S. Coon retrató a un neandertal con sombrero. El tocado ocultaba uno de los rasgos físicos más neandertales: el pronunciado arco de las cejas característico de esta especie, inconfundible. El arqueólogo galo compara este intento de rehabilitar a neandertal mientras se parezca a nosotros con Tom Torlino, un indio navajo integrado a la fuerza a la sociedad estadounidense en 1882 tras cortarle la melena, quitarle los pendientes y todos sus colgantes y ponerle un traje. “Decididamente, hoy en día el neandertal no es más que un títere desarticulado, una marioneta macabra en manos de aprendices de brujo”, escribe.

El navajo Tom Torlino en 1882, izquierda, y tres años después.

La última parada en la caza del neandertal es la cueva de Mandrin, al sureste de Francia. Aquí Slimak ha hecho sus descubrimientos más controvertidos: los rastros de la presencia de neandertales y sapiens solapados en el tiempo. La teoría de Slimak es que la extinción de los neandertales no pudo ser ajena a la llegada de los sapiens y aquí, dice, está una de las pruebas claves que diferencian a una y otra especie: la forma de matar. A juzgar por los restos paleoantropológicos los neandertales fabricaban muy pocas armas. El 99% de las herramientas de piedra que tallaban servían para cortar carne o curtir pieles. Se piensa que cazaban y mataban cuerpo a cuerpo, ensartando a sus presas con lanzas de madera (que no han fosilizado), lo que les dejó muchas heridas de guerra que sí se han identificado en los fósiles. En cambio, los sapiens fabricaban armas de piedra en cantidades casi industriales. Muchas de ellas, puntas de flecha y lanza, son para matar a distancia.

En Mandrin hay puntas de flecha supuestamente sapiens que muestran marcas de haber impactado en huesos y que tienen 54.000 años. Se piensa que nuestra especie llegó a Europa hace unos 40.000 años, así que este yacimiento es por ahora una enigmática excepción. Mucho antes, hace unos 100.000 años, y también en otro momento posterior, hace unos 55.000, sapiens y neandertales coincidieron en Asia y Oriente Próximo, y tuvieron sexo. El análisis genético apunta a que solo los sapiens aceptaron en el seno de sus tribus a los niños mestizos que nacieron de estos encuentros, pues los últimos neandertales no tenían ya la marca genética sapiens. Mientras, nuestra especie sigue teniendo ADN neandertal que nos ha conferido un mejor sistema inmune y más riesgo de sufrir depresión, entre otras cosas. Ante estas pruebas, Slimak cree que hubo no una, sino varias oleadas de sapiens que llegaron a Europa, se encontraron con los neandertales y perdieron la batalla por el territorio; hasta que la última triunfó, lo que supuso la extinción de la última inteligencia humana diferente a la nuestra que quedaba en la Tierra.
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El paleoantropólogo Ludovic Slimak arremete contra la actual visión de nuestra especie más cercana. Nuño Rodríguez para El País:


En 2017, un telescopio en Hawái descubrió un objeto de 400 metros de largo y forma de misil que viajaba a toda velocidad por el espacio. Había llegado hasta nosotros desde una estrella más allá del Sol. Las especulaciones sobre una posible visita alienígena se dispararon. Este comportamiento desvela una de las mayores carencias de los humanos actuales: nos sentimos solos en el universo y ansiamos encontrar otra inteligencia equivalente para comunicarnos y compararnos con ella.

La última vez que sucedió un encuentro así fue en nuestro propio planeta, hace decenas de miles de años, cuando miembros de nuestra especie salidos de África se encontraron frente a frente con los neandertales, humanos que habían vivido y evolucionado solos durante cientos de miles de años en Europa. A pesar de más de siglo y medio de investigación científica, seguimos sin tener ni idea cómo era aquella inteligencia; esa otra forma de ser humano.Más información

El paleoantropólogo francés Ludovic Slimak se autodefine como un cazador de neandertales. Se jacta de llevar 30 años deslizándose en las “estrechuras y las grietas” donde vivían, comían y dormían aquellos humanos antes de extinguirse para siempre, hace unos 40.000 años. Su ansia de entender le ha llevado desde el abrasador Cuerno de África a las gélidas latitudes del círculo polar ártico en busca de nuevos restos fósiles, un viaje vital que relata en El neandertal desnudo. Comprender a la criatura humana (Debate).

Uno de los lugares donde pueden hallarse nuevas respuestas son las grandes estepas de mamuts, en el ártico ruso, escribe Slimak. Hace decenas de miles de años, mientras una Europa inhabitable estaba cubierta de glaciares con kilómetros de espesor, el clima de las regiones boreales de Eurasia y América era inusualmente favorable, y estaban pobladas por numerosos animales que constituían la caza ideal. En el norte de Rusia se han hallado restos enigmáticos que podrían demostrar que los neandertales fueron los primeros en vivir en el gran norte y que tenían una inteligencia superior, como las marcas profundas y seriadas en colmillos de mamut o los rastros de caza y descarnamiento hace 48.000 años, antes de que ningún sapiens hubiese llegado a esta zona. En el ártico ruso, Slimak, que trabaja en el Consejo Nacional de Investigación Científica francés, ha hallado herramientas de piedra musterienses, típicamente neandertales, de hace 28.500 años. Este hallazgo publicado en Science en 2011 propone la existencia de un grupo de neandertales que seguían viviendo tan tranquilos en Siberia 12.000 años después de su supuesta extinción. A la espera de encontrar más restos, este es uno de los muchos enigmas que rodean a la especie, admite Slimak.

Otro de los lugares claves para escarbar en la mente neandertal es la cueva de Néron, en el suroeste de Francia, donde se hallaron huesos neandertales que habían sido devorados por miembros de esta misma especie. El canibalismo es un comportamiento muy humano, tanto que se le ha atribuido una complejidad cultural exclusiva de nuestra especie. Se puede devorar al enemigo para hacer desaparecer su poder y transformarlo en heces o comer con sumo respeto los despojos de un familiar querido. Este canibalismo sin hambre es profundamente cultural. Pero en el siglo XIX, cuando se hallaron los restos del canibalismo neandertal en la cueva Néron se concluyó que era un acto de desesperación por hambre. Los neandertales no eran lo suficientemente civilizados como para ser antropófagos, resumió un científico.

Slimak ha encontrado en un yacimiento cercano los restos de seis neandertales, entre ellos dos niños, que fueron devorados. Las marcas en los huesos muestran que los descarnaron con mucho más cuidado que a los animales que sí se consumían por simple hambre. Además, había marcas en partes ínfimamente nutritivas, como las falanges de los dedos.

En 1854, el médico y explorador escocés John Rae alertó de que los inuit del ártico le habían contado su encuentro con un grupo de humanos famélicos y siniestros que habían devorado a varios de sus compañeros. Eran los últimos supervivientes del Terror y el Erebus, dos navíos británicos que habían zarpado en 1845 con la intención de abrir el paso del Noroeste y que se habían perdido en el hielo. En 2015, el análisis de algunos de los cuerpos de la tripulación demostró marcas no solo de descuartizamiento y cocción en ollas, sino también de rotura intencionada para acceder a la médula. La historia le sirve a Slimak para argumentar que el canibalismo por hambre solo se da entre humanos desesperados que están fuera de su territorio. Los inuit, por ejemplo, no conocen el canibalismo, a pesar de vivir en un entorno durísimo. Los neandertales del yacimiento francés, que vivieron hace unos 100.000 años, estaban muy adaptados a su entorno y es poco probable que el cambio climático lo transformarse tanto como para dejarles desesperados y perdidos. ¿Eran entonces caníbales culturales? Imposible saberlo con seguridad, según Slimak.

Uno de los comportamientos más humanos es atribuir significado a los objetos. Es el llamado pensamiento simbólico que se creía exclusivo de los sapiens y que en los últimos años también se ha otorgado a nuestros primos neandertales. Pero Slimak desprecia esta posibilidad. “Aún nadie ha conseguido encontrar un agujero neandertal”, escribe, en referencia a que los supuestos collares de conchas o garras pueden ser solo artificios. Del mismo modo piensa de las plumas de adorno para lo que denomina “el neandertal mohicano”. Tampoco acepta el arte rupestre neandertal, pues, dice, las dataciones no son consistentes.

Dibujo de un neandertal inspirado en el cráneo hallado en el yacimiento de Chapelle Aux Saints (Francia) realizado por el antropólogo Carleton Coon en 1939.

Slimak arremete contra un “neandertal espantapájaros” al que hemos disfrazado de nosotros mismos. Suele decirse que no seríamos capaces de identificar un miembro de esta especie si fuera afeitado y bien vestido. El origen de esta frase repetida muchas veces está en una imagen de 1939 en la que el antropólogo Carleton S. Coon retrató a un neandertal con sombrero. El tocado ocultaba uno de los rasgos físicos más neandertales: el pronunciado arco de las cejas característico de esta especie, inconfundible. El arqueólogo galo compara este intento de rehabilitar a neandertal mientras se parezca a nosotros con Tom Torlino, un indio navajo integrado a la fuerza a la sociedad estadounidense en 1882 tras cortarle la melena, quitarle los pendientes y todos sus colgantes y ponerle un traje. “Decididamente, hoy en día el neandertal no es más que un títere desarticulado, una marioneta macabra en manos de aprendices de brujo”, escribe.

El navajo Tom Torlino en 1882, izquierda, y tres años después.

La última parada en la caza del neandertal es la cueva de Mandrin, al sureste de Francia. Aquí Slimak ha hecho sus descubrimientos más controvertidos: los rastros de la presencia de neandertales y sapiens solapados en el tiempo. La teoría de Slimak es que la extinción de los neandertales no pudo ser ajena a la llegada de los sapiens y aquí, dice, está una de las pruebas claves que diferencian a una y otra especie: la forma de matar. A juzgar por los restos paleoantropológicos los neandertales fabricaban muy pocas armas. El 99% de las herramientas de piedra que tallaban servían para cortar carne o curtir pieles. Se piensa que cazaban y mataban cuerpo a cuerpo, ensartando a sus presas con lanzas de madera (que no han fosilizado), lo que les dejó muchas heridas de guerra que sí se han identificado en los fósiles. En cambio, los sapiens fabricaban armas de piedra en cantidades casi industriales. Muchas de ellas, puntas de flecha y lanza, son para matar a distancia.

En Mandrin hay puntas de flecha supuestamente sapiens que muestran marcas de haber impactado en huesos y que tienen 54.000 años. Se piensa que nuestra especie llegó a Europa hace unos 40.000 años, así que este yacimiento es por ahora una enigmática excepción. Mucho antes, hace unos 100.000 años, y también en otro momento posterior, hace unos 55.000, sapiens y neandertales coincidieron en Asia y Oriente Próximo, y tuvieron sexo. El análisis genético apunta a que solo los sapiens aceptaron en el seno de sus tribus a los niños mestizos que nacieron de estos encuentros, pues los últimos neandertales no tenían ya la marca genética sapiens. Mientras, nuestra especie sigue teniendo ADN neandertal que nos ha conferido un mejor sistema inmune y más riesgo de sufrir depresión, entre otras cosas. Ante estas pruebas, Slimak cree que hubo no una, sino varias oleadas de sapiens que llegaron a Europa, se encontraron con los neandertales y perdieron la batalla por el territorio; hasta que la última triunfó, lo que supuso la extinción de la última inteligencia humana diferente a la nuestra que quedaba en la Tierra.
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