A 29 de agosto de 1870, com apenas 15 anos, o poeta escapou das garras de sua mãe e foi detido na Estação do Norte. Jaime Cedillo para El Cultural:
El verano de 1870 fue más aburrido que nunca en la localidad francesa de Charleville-Mézières. La familia de Arthur Rimbaud había planeado pasar unas semanas en el campo, pero acababa de estallar la guerra franco-prusiana.
Cuando Napoléon III agotaba sus últimas horas al frente del Segundo
Imperio y la III República estaba a punto de proclamarse, lo único que,
por momentos, libraba del hastío al poeta en ciernes eran los paseos por
los parajes de la Ardena, región montañosa llena de bosques y prados en
la frontera con Bélgica.
Le
gustaba perderse por la orilla del Río Mosa e imaginar los versos que
darían forma a sus primeros poemas, que empezaban a ser celebrados y
reconocidos en su colegio. Sylvain Tesson,
ganador del Premio Goncourt de Novela Corta en 2009, reivindica la
genialidad del poeta críptico en Un verano con Rimbaud (Taurus). Además
de consignar episodios cruciales de su vida, auscultar su atribulada
personalidad, esclarecer el contexto en el que sobrevive y escrutar la
trascendencia de su legado, conviene que “no hay nada que entender” en
su poesía. Y se apoya en un verso que el propio Rimbaud escribe en
Iluminaciones: “Solo yo tengo la clave de esta parada salvaje”.
Antes de ser señalado como el referente de las vanguardias poéticas junto a los simbolistas Mallarmé y Verlaine,
que lo dispararía en la muñeca tras una turbulenta relación, en 1870
fue decisiva la llegada a su colegio del profesor de Retórica. Georges
Izambard, solo seis años mayor que él, le descubrió a Baudelaire y a Victor Hugo y potenció sus dotes para la poesía, aunque Rimbaud ya había dado muestras de su distanciamiento con los cánones.
Al
final del curso, Izambard se marchó a su pueblo, Douai, pero dejó al
alumno al cuidado de su biblioteca, un espacio confortable y fresco,
refugiado del calor asfixiante. Hacia finales de agosto, Rimbaud había
devorado todos los libros. Se lo contó en una carta, donde también le
transmitió su zozobra: “Esperaba baños de sol, paseos infinitos,
descanso, viajes, aventuras; en fin, cosas de bohemios”.
La
difícil relación con su madre tampoco contribuyó a mitigar su
desasosiego. Vitalie Cuif fue abandonada por su marido, que le dejó a
cargo de cuatro hijos, cuando Rimbaud tenía cuatro años. Se volvió
severa, intransigente, insoportable, en fin, para el poeta en plena
adolescencia. Frederic, su hermano mayor, se acababa de alistar en el
ejército. Arthur se había quedado solo con sus dos hermanas y su madre.
En
uno de los pocos paseos que dieron en aquel verano, Rimbaud se ausentó
con el pretexto de haber olvidado un libro. Pero ya no volvió. Su
destino era París, donde bullían los estímulos literarios de aquel país
convulso. Corría el 29 de agosto de 1870, el poeta tenía 15 años y solo
faltaban tres días para que comenzara la Batalla de Sedan, antecedente
inmediato de la proclamación de la III República, una vez derrotado el
ejército francés y capturado Napoleón III.
Rimbaud
solo tenía dinero para comprar un billete hasta San Quintín, pero
aspiraba a burlar la seguridad cuando llegase a la capital. “Allá iba,
con los puños en los bolsillos rotos”, escribiría después en “Mi
bohemia”. Fue detenido en la estación del Norte y trasladado
inmediatamente a la prisión de Mazas. El 5 de septiembre escribió a
Izambard rogándole que se hiciera cargo de la deuda. El profesor trató
de que fuera enviado directamente a Charleville, pero las comunicaciones
con la región de la Ardena estaban interrumpidas por la guerra. Lo
recibiría, por tanto, en su casa.
A
su llegada a Douai, solo cuatro días más tarde, Rimbaud esgrime un
relato inflamado de los hechos: un interrogatorio extenuante, el momento
en que le despojan de su ropa para desinfectarlo… Lo que sí fue verdad
es que cogió piojos durante el encarcelamiento. Fue atendido por las
hermanas Gindre, que habían criado a Izambard desde que murió su madre.
Hasta entonces, Rimbaud no había experimentado semejantes muestras de
afecto. Enid Starkie sugiere en Rimbaud. Una biografía (Siruela, 2007)
que “las tías de Izambard” –así las llamaba el poeta– son las
destinatarias del poema “Les Chercheuses de poux”.
Fueron,
en todo caso, las mejores semanas de su vida. Poemas como “Sensación” o
“El barco ebrio”, en el que evidencia su genio precoz al recrear el mar
con insólita brillantez sin haberlo visto nunca, se distancian mucho de
las tinieblas que envuelven Una temporada en el infierno, escrito tras
romper con Verlaine. Los de 1870 son poemas bucólicos, están preñados de
pureza, esperanza hacia lo desconocido y emoción ante lo prohibido,
aunque ni estos ni los siguientes tuvieron lectores mientras vivió.
Aquellos
días conoce al poeta Paul Demeny, viejo amigo de Izambard y director de
una casa editorial, la Libraire Artistique. Rimbaud, convencido de su
futuro en la literatura, le entrega quince poemas, acaso con el deseo de
que fueran publicados. En la correspondencia mantenida posteriormente,
Rimbaud le habla de la famosa idea del doble en su poesía. “Yo soy
otro”, escribe, y esa conciencia del desdoblamiento en su escritura
hermetizaría aún más sus composiciones.
La
guerra se había recrudecido hacia mediados de septiembre. Izambard
ingresa voluntariamente en la Guardia Nacional. A Rimbaud también lo
admiten en los entrenamientos militares, pero no le dejan llevar fusil
por su edad. La carta en que reclama al alcalde de Douai que permita las
armas a quienes estén preparados para combatir al ejército prusiano es
una muestra más de su rebeldía.
Mientras
tanto, su madre estaba desesperada. Sin recibir noticias, llegó a
pensar que había sido capturado por los alemanes. Cuando Izambard por
fin logra comunicarse con ella, se muestra tajante con el profesor en
una carta a finales de septiembre: “¡Atrápelo, que venga
inmediatamente!” Con el objetivo de apaciguar los ánimos de su madre,
Izambard decide acompañar a Rimbaud hasta su casa.
Pero
Vitalie Cuif ya había decidido molerlo a palos. Así lo hizo, mientras
increpaba también al profesor, que huyó “bajo el aguacero”, según
escribió en las memorias que relatan su relación con el poeta. La paliza
de su madre no disuadió a Rimbaud de volver a fugarse. Se fue al mes
siguiente, y unas cuantas veces más, pero en ninguna de las escapadas
posteriores se sintió tan dichoso como en la de aquel verano.
Traficante en África
Tras
su ruptura con Verlaine, trata de ser comerciante, alistarse en el
ejército, viaja a Alemania, Italia, Egipto, Java, Chipre... hasta que se
establece en Abisinia (actual Etiopía). Como corresponsal de la
sucursal Bardey en Harar, trafica con mercancías y armas –vende fusiles
al emperador–, con marfil y camellos, comercia con café. En 1889 escribe
a Alfred Ilg, su proveedor: “Le confirmo muy seriamente mi petición de
una buena mula y dos muchachos esclavos”. Lo recoge una de sus Cartas de
África, publicadas por Gallo Nero en 2016.
Postado há 3 weeks ago por Orlando Tambosi
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