Livro do ex-correspondente Agustín Rivera reúne entrevistas com vários sobreviventes, que explicam os efeitos da radiação e falam sobre a discriminação que sofreram. Claudia Vaquero Reina para El Cultural:
El 20 de julio se estrenó una de las películas más taquilleras de este 2023. Oppenheimer,
dirigida por Christopher Nolan, cuenta la historia del físico Julius
Robert Oppenheimer, reconocido como el 'padre de a bomba atómica'. Este
filme está basado en la bibliografía de Kai Bird y Martin J. Sherwin: Prometeo americano.
La
película está siendo un éxito en todo el mundo con una recaudación de
400 millones de dólares. Pero en la historia que muestra Nolan no
aparecen las consecuencias reales de lo que sucedió con las explosiones.
La realidad es que las bombas atómicas provocaron miles de muertes, dos
ciudades destruidas y muchas enfermedades producidas por la radiación,
que no afectaron a una sino a varias generaciones.
El 6 y 9 de agosto de 1945, Estados Unidos decidió utilizar esta arma y arrasar con Hiroshima y Nagasaki
destrozando un sin fin de vidas. El periodista Agustín Rivera ha
realizado entrevistas a varias personas que sobrevivieron a las
explosiones que ahora recoge en el libro Hiroshima. Testimonios de los
últimos supervivientes.
En
primer lugar, para comprender desde el principio estas historias hay
que entender el término hibakusha. Esta palabra hace referencia a los
supervivientes de las bombas, los que estuvieron allí y sufrieron los
horribles efectos de la radiación. Muchos años después de las
explosiones, el Gobierno de Japón comenzó a dar ayudas a los hibakusha,
principalmente les costeaban los gastos médicos. Las siguientes
generaciones, sin embargo, no se vieron beneficiadas de este tipo de
subvenciones aunque en la mayor parte de los casos también han padecido las consecuencias de las bombas.
El
primer testimonio es el de Masayo Mori y su desesperación por no haber
ayudado a una niña que pedía agua en medio de todo el caos de la primera
explosión en Hiroshima: "La temperatura era de cien veces mayor que la
de ahora. Algunos caían al río y se ahogaban. En el agua flotaban
cadáveres. Olía a muerto, como si fueran pescado podrido. Todavía veo el
color negro de los cuerpos descompuestos".
Mori
narra su vida, desde lo que fue el estallido de la bomba en Hiroshima,
sus consecuencias, sus opiniones con respecto a la guerra, a Estados
Unidos y cómo trabajó toda su vida para cambiar la educación en Japón.
La ciudad de Hiroshima arrasada por la bomba atómica.
La
parte más llamativa es cuando explica con todo lujo de detalles el
aspecto de la ciudad y cómo se acostumbró a aquella desesperación: "El
elegante edificio de ladrillo de la escuela en que estudiaba había
quedado destruido. Solo seguían en su lugar dos pilares de la puerta
principal, y estaba a punto de caerse. Fue una visión muy desoladora,
vacía y solitaria. Vi tres objetos rojos alineados. Y cuando me acerqué
descubrí que eran cuerpos humanos increíblemente hinchados".
Mori
también narra los efectos de la radiación en sí misma, al igual que
Maki Junji: "El 7 y el 8 fui a la escuela primaria de Ushita para
empezar a recibir tratamiento médico. A pesar de los cuidados, la cara
se me empezó a hinchar y a ponerse negra. Ni siquiera podía abrir la
boca ni comer nada. Tenía las heridas llenas de gusanos".
En
los testimonios se explica que nadie conocía los efectos de la
radiación e incluso que lo que había impactado en Hiroshima, y poco
después en Nagasaki, eran bombas atómicas. Los médicos no sabían cómo
tratar las heridas y muchas personas que sobrevivieron a las explosiones
murieron más adelante por la radiación. Las heridas rojas, hincharse,
la caída de la piel, el dolor, el morirte poco a poco.
Un hombre herido tras la bomba atómica de Nagasaki siendo tratado por el personal sanitario.
Emiko
Okada conoció toda esta información 12 años después del estallido de
las bombas, cuando desarrolló anemia plástica: "Se descubrió que esta
enfermedad afectaba a las personas que habían estado a cuatro kilómetros
a la redonda del hipocentro. Calculé la distancia y, en efecto, yo
estaba dentro de este radio. Cuando comencé a investigar, oí por primera
vez la expresión "bomba atómica". Era 1959. Nunca había oído la palabra
"radiación" y no era consciente del peligro que entrañaba".
Se
recomendó a los hibakusha que no se casasen ni tuviesen hijos, que por
la radiación tendrían enfermedades graves. Y aunque muchos no les
hicieron caso, la realidad es que con el paso de los años estos signos
terminaron apareciendo. Para Hideaki Nobushige la enfermedad siempre ha
rondado a su familia: "Mi madre murió con setenta y dos años de cáncer
de páncreas. A los sesenta y dos, mi otro hermano falleció de cáncer de
estómago. Y tengo una hermana menor, de cincuenta y cinco, que tiene
cáncer de útero, pero se ha operado y ha sobrevivido".
La
obra no solo habla de la explosión en Hiroshima, también narra
testimonios de Nagasaki. Al igual que con la primera bomba, los relatos
giran en torno a ser hibakusha y como se mantenía en secreto, porque
podía afectarte a la hora de contraer matrimonio o incluso conseguir un
trabajo. Tomiko Okoshi afirma: "En casi ninguna familia de Nagasaki se
hablaba de la bomba atómica, y no solo en mi casa: no queríamos
convertir a nadie en el foco de la discriminación".
Lo
mismo le sucedió a Yasujiro Tanaka, que llevó en secreto casi toda su
vida de superviviente: "Somos seres humanos, pero nos veían de manera
diferente". Aparte de sus dificultades por las bombas, los hibakusha
hablan de la miseria que había después de la guerra, reflexionan sobre
culpabilidad o el motivo del porque siguen existiendo estas armas que
solo probocan sufrimiento.
Heridas causadas por la explosión de la bomba atómica
Las
visiones atroces, los heridos, son algo que los supervivientes no han
olvidado, incluso cuando lo ocultaron durante sesenta años, como Tsutomu
Yamaguchi, que cuando falleció su hijo decidió que era el momento de
hablar de su experiencia: "A algunos supervivientes les colgaba la piel,
como si llevasen guantes. ¿Sabes esos guantes largos de mujer? Parecía
que les colgaban esos guantes de los brazos".
Yamaguchi
no solo estuvo en la bomba de Nagasaki, sino que días antes, el 6 de
agosto, estaba en Hiroshima. Es un hibakusha de dos bombas atómicas.
Realizó numerosos discursos para concienciar sobre ello, para que se
destruyan las bombas atómicas: "Si todos los dirigentes del planeta
visitaran museos de la bomba atómica de ambas ciudades, y si escucharan
los testimonios de los hibakusha y conocieran sus tragedias, todo su
dolor, no habría armas nucleares".
Postado há 3 weeks ago por Orlando Tambosi
Nenhum comentário:
Postar um comentário