BLOG ORLANDO TAMBOSI
Sentir-se no lado correto da história nunca foi tão barato. J. L. González Quirós para Disidentia:
Los
que piensan que la condición humana es casi enteramente cultural, que
no hay nada natural ni permanente en nuestras vidas, deberían revisar un
poco estas ideas a nada que considerasen un fenómeno muy significativo.
Se trata de una especie de sombra de Caín, pero leída como si todos
fuésemos Abel, la generalísima convicción de que el mal nos es ajeno,
que los malos son los demás (el infierno de Sartre), solo que esa
convicción está encontrando en nuestro tiempo unas fórmulas bastante
nuevas, una concreción que es, a la vez, fantástica y muy gratificante.
Porque ocurre que el mal no solo les resulta algo completamente ajeno a
los nuevos puritanos, sino que han llegado a la conclusión, realmente
asombrosa, de que el mal se combate con movilizaciones, con diversa
suerte de happenings, sean conciertos, movidas, o marchas triunfales. Se
trata de actos en los que se consigue la más completa paz de espíritu,
reconozco que el nombre es un poco anticuado, y de los que se sale como
era fama que salían los carlistas de una Misa con bendición, dispuestos a
comerse al primer liberal que les saliese al paso.
Ahora,
este tipo de liberales abundan, y las redes sociales se llenan, un día
sí y otro también, de activistas de la gran causa de turno dispuestos a
la denuncia, al acoso y al derribo, de los malvados, con la ventaja
adicional de que no hace falta que el perseguible haya hecho nada, basta
con que la correspondiente policía del pensamiento le describa como
discrepante, que se le señale por lo que dice o lo que se supone que
piensa. Se ha descubierto, de pronto, que la libertad de opinión es un
pecado nefando, y las avenidas reales y digitales se llenan de
fervorosos activistas dispuestos a marcar de manera indeleble a quienes
osen disentir del dictamen común que ha emanado del sindicato de las
almas bellas.
Los
delitos de odio, una invención cuyo mero nombre ya denuncia la
originalidad del caso, pues se refiere a un sentir no a ninguna acción,
no cuentan en esta casuística pues se ha superado ampliamente el “odia
al delito y compadece al delincuente”, que ocultaba un intento de
exorcizar al mal negándolo en el autor y socializándolo y que conservaba
un cierto resabio, digamos, católico. Ahora esa consigna diría más bien
“odia al delincuente, aunque no esté claro el delito”, basta con que
pertenezca al grupo de los que no comparten lo que pensamos. Pero lo más
importante es que esa estrategia de persecución del odio no se ha de
aplicar jamás a quienes formen parte de la tripulación, aunque de su
rencor pueda surgir un murmullo ensordecedor y salvaje, como el de las
mujeres que se declaran “manada” para linchar a presuntos violadores, o
para guillotinar a jueces que osen atreverse a poner en práctica el
principio de presunción de inocencia cuando se aplica a los sospechosos
habituales.
Es
realmente llamativo que muchas personas, hombres y mujeres, se dejen
llevar de la presunción que enuncia “yo jamás haría lo que ahora
condeno”, una proclama enormemente sospechosa que, junto con la urgencia
de castigar al réprobo, amenaza con hacer que el derecho penal
retroceda a la época de Recesvinto. ¿Qué los lleva a sostener esta
fantasía moral que choca con una enormidad de evidencias?
La
vida contemporánea se ha hecho endemoniadamente compleja al tiempo que
las creencias religiosas tradicionales muestran una debilidad evidente.
Las dos circunstancias chocan frontalmente con una exigencia casi
biológica y bastante simple: no se puede vivir sin creencias, y si no se
tienen solo hay dos alternativas, la muy cara de la soledad y el
cultivo de un espíritu crítico muy exigente, y la que es bastante más
barata: hay que construir inmediatamente un ersatz apañado al caso.
La
solución más fácil es integrarse en un grupo que se conforme con las
proclamas más on the wind y que no plantee exigencias personales que
puedan suponer cualquier clase de dificultades, de manera que para
formar parte de semejante legión de salvación baste con decir, sin que
sea necesario hacer nada. Estos dos ingredientes son los que mueven la industria de la buena conciencia
que nutre gran parte de las ONG que compran Toyotas blancos e impolutos
para pasearse por África, es Paul Theroux el que así lo cuenta.
Identificarse
con un bien ideológicamente abstracto e indiscutible y que evite
cualquier clase de cuestionamiento personal de lo que hacemos en el día a
día es un remedio al alcance de muchas fortunas que se beneficia de ese
chorro de divina gracia que proporciona lo que Orwell trataba de
caricaturizar como el “gritar siempre con los demás”. Sentirse en el
lado correcto de la historia nunca ha estado tan barato.
La
moral, o la ética, que muchos eruditos a la violeta creen cosa asaz
distinta, siempre ha supuesto una actitud de autocuestionamiento, un
esfuerzo personal por atender a las exigencias más altas del sentimiento
moral y de la razón práctica, no es nada fácil, como lo muestra el
hecho de que el mundo no sobreabunde en figuras ejemplares.
Cuando
se vive a golpe de estímulos externos, de mensajes continuos, de
ideales baratos, no es nada fácil esforzarse por tener una ética
coherente y modesta, de forma que si se nos ofrece una terapia de
inserción en las ligas contra el mal que se organizan con tanta
frecuencia, no es extraño que muchos sucumban al atractivo de
beneficiarse de una moral prêt-à-porter, en especial si, como suele ser
el caso, va acompañada del glamour y los aires de grandeza que le
prestan las multinacionales.
¿Quién
habría sido capaz de sustraerse a una campaña tan bien pergeñada como
el Me too? Por cierto, acaba de hacerlo una gran actriz, muy bella y,
por lo que se ve, valiente, Juliette Binoche, que se ha atrevido a decir
que el tal Weinstein ya se ha llevado la suyo. Se ve que hasta la fecha
casi nadie había caído en que la lapidación lo tendría difícil para
superar cualquier mínima prueba de justicia congruente, pero es que
abundan los y las que se sienten perfectamente legitimadas para tirar la
primera piedra, o la milmillonésima si hay reporteros al quite. Las
morales de fantasía son como adelgazar sin esfuerzo o aprender idiomas
en diez minutos, una tentación a la que es difícil resistirse. Pero no
estaría mal pensárselo dos veces en la próxima ocasión.
Postado há 5 days ago por Orlando Tambosi
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