domingo, 30 de abril de 2023

A armadilha do coletivismo

BLOG  ORLANDO  TAMBOSI

Nada do que nos resultou especialmente valioso foi iluminado pelas multidões. J. L. González Quirós para Disidentia:


La gran justificación de cualquier colectivismo es la justicia, mejor dicho, la igualdad, que, en realidad, es solo un trampantojo de un ideal tan exigente. Su gran trampa consiste en olvidar que es imposible conseguir algo empleando medios contradictorios, y el colectivismo cree, menos ingenuamente de lo que parece, que la fuerza puede acabar con la opresión, con cualquier diferencia. Una paradoja de ese tipo es posible porque en el seno de los colectivismos la primera víctima es la razón, que, por cierto, tiene nombre de mujer, como la sabiduría y la libertad, como casi todo lo abstracto y superior.

La razón desaparece desde el momento mismo en que empieza a imperar el principio de unanimidad que es el que da fuerza al colectivo porque sirve para excluir al que no pertenece, al traidor y a la culpable. Se trata de una regla (no hay reglos) que no admite excepciones, cualquier disidencia es perniciosa, criminal, y por eso hemos podido leer, no sin asombro, que el liberalismo, pertinaz como diría el desaparecido Forges, es el responsable de la postergación femenina, es decir que a las mujeres que se arriman a este rebaño les parece que sus congéneres les va mejor en la Persia de los ayatolás, en la Cuba castrista, o en el Partido Comunista chino, sistemas en los que, casualmente, nunca ha habido una sola mujer en el comité supremo.

Como consecuencia de la expulsión del sentido crítico, el colectivismo es una herramienta para eximir de la responsabilidad, puesto que, por definición, es un mecanismo para externalizar las culpas y para halagar a los supuestamente oprimidos liberándolos de cualquier deber propio, de todo compromiso personal ajeno al colectivo: toda la responsabilidad se reduce a ponerse a las órdenes de quien mande (él o ella).


Nietzsche quiso ver en el resentimiento el origen de la moral, y acertó al considerar que la transmutación de los valores superiores sería frecuentemente el objetivo de las masas que se sienten oprimidas; no es necesario ser un genio para ver el riesgo implícito en asentir a planteamientos tan simples, pero tampoco es demasiado inteligente prescindir de esa clase de pesquisas cuando tratemos de entender los instrumentos que usa el colectivismo, sea cual sea el tótem a cuya sombra se arracime.

La sociedad contemporánea abunda en multitudes de todos los géneros y son muchos los negocios, políticos, pero no solo políticos, que se pueden fundar en la explotación de esa cualidad que todavía no sabemos manejar con pericia. Si miramos hacia atrás, lo que es seguro es que podremos constatar que nada de lo que nos resulta especialmente valioso ha sido alumbrado por las muchedumbres, que esa fuerza puede servir para casi todo, menos para encontrar siquiera un adarme de verdad liberadora. La creatividad no surge de la masa, tampoco del mito del genio, sino de la colaboración inteligente, algo que solo se puede articular en grupos en los que sea posible la conversación, en los que no haya consignas ni ortodoxia que valga.

Es algo que debería darnos que pensar. Tenemos la necesidad de encontrar las formas de evitar que el colectivismo, con su ímpetu uniformador y ordenancista, arruine valores esenciales del mundo libre, como la disidencia, el pluralismo y la verdadera extravagancia, un derecho a la diferencia que no se puede confundir con el refugio en colectivismos minoritarios, estoy pensando en lo poco extravagante que puede acabar siendo una drag queen, grupos que se suelen edificar para obtener la clase de privilegios que nadie reclamaría a pecho descubierto, en plan realmente extravagante, porque el verdadero extravagante ya tiene su propio premio en poder serlo y en hacer lo que le pluguiere.

La sociedad tecnológica nos brinda muchos medios para vivir algo menos atados por el medio de lo que ha sido tradicional, pero ya abundan los que quieren poner puertas al campo, los que aspiran a protegernos de lo que, supuestamente, nos idiotiza, o nos causa no se sabe que enormes perjuicios, desde el cáncer a la oligofrenia.

Cada cual puede apuntarse a lo que quiera, pero pedir a golpe de masas la liberación o la libertad es bastante contradictorio, porque lo único que las masas pueden hacer, lo único que han hecho desde siempre, es apretar los controles, imponer los uniformes para lograr que creamos aquello que se decía en época de los nazis: ahora somos más libres que nunca, ya no tenemos que elegir.
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