BLOG ORLANDO TAMBOSI
O artista visual e catedrático Ricardo Huerta, da Universidade de Valência, homenajeia as vítimas homossexuais do nazismo em seu livro. José S. de Montfort para The Objective:
El holocausto rosa
no es el libro de un historiador, aunque en él se hable de historia,
fundamentalmente del período 1933-1945, época caracterizada por su
persecución hacia las singularidades, en la que se produjo un «perverso
plan de acción agresiva para asesinar y eliminar a todas las personas
señaladas como opositores al orden establecido». Su autor, Ricard
Huerta, se centra en la persecución hacia las personas homosexuales,
especialmente varones, entendiendo que «resulta difícil identificar a
las personas homosexuales, cuando se trata de un colectivo
históricamente acosado y maltratado», y su aportación se basa en
«abordar la cuestión desde una perspectiva actual, atendiendo a mi
condición de homosexual que vive en un país donde se puede hablar
abiertamente de estas cuestiones», escribe.
El
libro, además, es una suerte de muestrario de películas, series,
cómics, novelas donde se pueden rastrear los efectos de ese holocausto
rosa en la actualidad (así como diferentes representaciones de la
homosexualidad contemporánea), entendiendo que «el holocausto rosa no es
solamente lo que se vivió durante el Tercer Reich,
sino lo que continuamos sufriendo hoy día», nos dice el autor. Y una
máxima, que proviene de la voluntad del libro de ejercer, con todo, como
instrumento para la pedagogía cultural: «el mensaje que deseo
transmitir – nos dice Huerta- es de confianza y futuro».
Nos
cuenta Ricard Huerta, al teléfono, que cuando se puso a investigar
sobre este período histórico, se dio cuenta enseguida de que «en español
había muy poco, prácticamente nada». Y es que, además, muchísima
documentación fue destruida por los nazis, en los últimos momentos de la
guerra. Por lo que le tocó indagar en bibliografías en francés y en
inglés. «Lo primero que había que ordenar -nos dice- es que había muy
pocos testimonios, lo cual es lógico, porque una de las claves del
artículo 175 de la Ley Alemana, y que viene de la parte austríaca, es
que en virtud de este se persigue con cárcel y con penas muy graves a
los homosexuales. Esto viene del siglo XIX. Lo que ocurre en Alemania es
que, en lugar de acogerse a la tradición francesa que, desde
prácticamente Napoleón, había desparecido la persecución a los
homosexuales, se acogen a la tradición más austriaca del 175». El
artículo prohibía los actos sexuales de hombres con otros hombres, con
animales o incluso con mujeres, pero que no tenían como fin la
reproducción. Fue instaurado en 1871 y estuvo vigente hasta 1994. «En
los doce años que tuvo el Tercer Reich para llevar a cabo sus
atrocidades -escribe Huerta -, se registraron 53.840 condenas por
homosexualidad, sumando tanto población civil como militares».
En la Alemania nazi,
la persecución y deportación de hombres homosexuales no respondía a una
lógica de hostigamiento sistemático, sino que «formaba parte de una
lógica de represión de los ‘indeseables’ (asociales, criminales) o
personas consideradas peligrosas por el régimen a causa de sus
creencias», escribe Huerta. Se ha de matizar que, bajo el régimen nazi,
«la orientación homosexual no se considera un delito, es el
comportamiento lo que se reprime». Sin embargo, se ha de hacer notar
igualmente que «los varones homosexuales se perciben como una amenaza,
el resultado de la influencia judía en el comportamiento», escribe
Huerta. Según Heinrich Himmler, uno de los principales líderes del
Partido Nacionalsocialista, el homosexual es cobarde, mentiroso,
irresponsable, desleal y es fácilmente manipulable por los enemigos de
Alemania. En su discurso del 18 de febrero de 1937, Himmler llegó a
decir que «la homosexualidad hace fracasar todo rendimiento. Debemos
comprender que si este vicio continúa expandiéndose por Alemania sin que
podamos combatirlo, será el fin de Alemania, el fin del mundo
germánico». Y el propio Hitler
consideraba la homosexualidad como «un comportamiento degenerado que
amenaza el desempeño del Estado y la virilidad del pueblo alemán».
Así,
a los homosexuales que estaban en los campos de concentración se les
identificaba primero con un brazalete amarillo en el que se había
escrito una gran letra «A» mayúscula (la inicial de «Arschficker», que
se puede traducir como «quien sodomiza») y finalmente se adoptó el
triángulo rosa, de mayores dimensiones del que se utilizaba (con otros
colores) con los otros grupos de prisioneros: tres centímetros más por
cada lado. Esto los hacía más visibles. Con el tiempo, este distintivo
de persecución y discriminación «ha sido asumido por la comunidad
homosexual y los colectivos LGTBI como símbolo de identidad», como
símbolo de empoderamiento.
Para
solventar el vacío de bibliografía, nos cuenta Huerta que fue clave la
revista Gai Pied, fundada en 1979 por Jean le Bitoux, quien en los años
ochenta en Francia hizo algo fundamental: «Entrevistó a gente homosexual
que había sido deportada o había sido acusada durante el régimen de
Vichy o que había salido de Alemania y luego huido a Francia,
pero que al final también habían sido encarcelados». La clave aquí está
en el hecho de que «si eras judío y te habían deportado por judío, pues
entonces la colectividad judía te acogía a la vuelta, y además tenías
unos derechos como deportado, si eras polaco o Testigo de Jehová
también, pero si eras homosexual volvías a la cárcel a cumplir toda la
pena», nos dice Huerta. Y añade, sobre la daga social del doble estigma,
que «ante la agresividad con que se atacó al colectivo, podría haberse
dado una especie de solidaridad de grupo, pero resultaba muy complicado,
puesto que la mirada de los opresores tenía un espejo en la macabra
realidad social, que tampoco les aceptaba. Los obstáculos impidieron
generar una solidaridad entre homosexuales, una especie de autodefensa
colectiva».
El código de silencio
«Las
familias de homosexuales fueron los primeros que se negaron a
recibirles en casa después de la guerra, por lo que hubieron de salir
disparados cada uno hacia donde pudo, porque claro, las familias sí
sabían por qué habían entrados sus hijos en la cárcel, entonces se
fueron a otros lugares de Alemania o emigraron y el silencio se
convirtió en la norma», nos cuenta Huerta. Y añade que «si alguien está
en la cárcel por motivos de homosexualidad es un delincuente, pero
doblemente castigado. Lo mismo que sucedió con el SIDA.
Porque pensábamos que era una cosa de los nazis o del Tercer Reich,
pero no, en los años ochenta ocurrió exactamente lo mismo, las propias
familias fueron las que impidieron que se hablase abiertamente de eso,
porque manchan a la familia».
Para
Huerta, los principios del siglo XX son muy parecidos en este sentido a
los comienzos del XXI. «Y esto da mucho que pensar, afirma, porque hubo
una eclosión de libertades sexuales, sobre todo en Berlín, en la
Alemania anterior de Bismarck y anterior al Tercer Reich y a Hitler.
Hubo un régimen extraordinario de libertades, tanto para hombres como
para mujeres. Llegó a haber más de medio millón de personas apuntadas a
organizaciones que hoy llamaríamos LGTB,
en Alemania. Pero es que había bares, locales, la famosa sede del
Centro para la Sexualidad… hay una cantidad de información… y, de
verdad, me impresionó que yo no supiese nada de esto, y que a mí no me
hubiesen explicado nada de esto. Por ello, con este libro quiero
reivindicar esa falta de perspectiva para aclarar las cosas porque si
no, no se entiende un periodo histórico tan importante», afirma Huerta.
El problema es la homofobia, no la homosexualidad
Escribe
Huerta que «la homofobia no opera como una fobia. Esto es porque el
componente emocional de las fobias es la ansiedad, mientras que el
sentimiento dominante en la homofobia es la rabia». Y en un momento
determinado de su libro afirma que «muchos de quienes administran este
tipo de ‘justicia’ homofóbica son en realidad homosexuales incapaces de
aceptarse como tales». Preguntado sobre el particular, nos cuenta Ricard
Huerta que «creo que no se puede ser tan salvaje si una persona se
quiere a sí misma. Yo parto de ahí. La única manera de entender este
salvajismo es así, pues. La gente más agresiva con los homosexuales son
los homosexuales reprimidos. Te estoy hablando de políticos, de gente
que está en la televisión… pero a nivel mundial. Es que si no, no se
entiende. El autoodio es tan bestia… ¿cómo entiendes que alguien pueda
hacer algo tan grave contra personas por el mero hecho de que esas
personas quieran estar con alguien de su mismo sexo? Esa intransigencia…
es la forma que tienen de perseguir las disidencias. A eso es a lo que
me refiero cuando digo que el holocausto rosa sigue aquí, con nosotros».
Y
es que, para el autor, el holocausto rosa es, además de un suceso
puntual, una constante histórica; un concepto que «responde a muchas más
realidades, a hostigamientos que afectan a otros territorios y a
momentos históricos muy dispares». Para combatirlo, el autor sugiere
desplazar la mirada de la homosexualidad a la homofobia como objeto de
análisis lo que, en su opinión, constituye un cambio tanto
epistemológico como político.
Postado há Yesterday por Orlando Tambosi
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