BLOG ORLANDO TAMBOSI
Não cabem meias tintas. Ou se está com o programa da esquerda e a monomania dos nacionalismos, ou se é fascista. Jorge Vilches para The Objective:
Cuando
vi las imágenes de unos estudiantes universitarios llamando «fascista» a
Ayuso, pensé en el fracaso de la formación académica. Como recordó
Ángel Expósito en la misma recogida de premios, es más fácil adoctrinar
que educar. Aquellos pobres jóvenes habían ido una vez más por el camino
facilón para interpretar el mundo: la doctrina.
¿Qué
entienden estos chavales por «fascismo»? O mejor. ¿Qué se les ha dicho
que es el «fascismo»? Se les ha contado que fascista es aquel que
critica las verdades oficiales sobre el cambio climático, el feminismo, o
la inmigración ilegal. Es más; fascista es todo aquel, ya en el ámbito
español, que quiere la unidad del país, el respeto al orden
constitucional, y el fin de los nacionalismos excluyentes y
liberticidas. Una vuelta de tuerca: fascista es quien tiene opinión
propia sobre el aborto, la eutanasia, la maternidad subrogada y todo lo
que tiene que ver con la identidad sexual.
No
caben medias tintas. O fascista o antifascista. O se está con su idea
del progreso, el programa de la izquierda y la monomanía de los
nacionalismos o se es un fascista. El que no es antifascista en su
acepción comunista, no tiene cabida en la sociedad. Deben salir de «sus
barrios» o «su Universidad» porque ellos lo dictan. Son tiranos, nuevos
inquisidores. En su mente no hay espacio para la crítica, el matiz, el
conocimiento o el debate. La duda es fascista.
Estos
estudiantes que repiten lo que otros les inculcaron son la tropa de
otros que viven de alimentar el miedo al «fascismo eterno». Ojo, porque
propagandistas con el síndrome del mesías político, como Umberto Eco,
dicen que la naturaleza del ser humano, sobre todo del varón, es
fascista y que por eso hay que reeducarlo. Todos estos viven de ser
exorcistas no pedidos, empeñados en sacar al demonio fascista del cuerpo
del hombre.
Imaginen
que a personalidades en formación, estos chavales, les cuentan que
viene el Mal, así, con mayúscula, a perturbar el camino del Bien en la
Tierra, el paraíso ecofeminista de lo público. No solo eso. Les dicen
que deben pasar a la acción directa, aunque sea ilegal, para evitar «el
avance del fascismo». Es lo que Augusto del Noce llamaba «alertar sobre
el fascismo demonológico», eso sí, con el único objetivo de que opciones
como el comunismo pasen por salvadoras.
Se
ha adoctrinado tanto a esos jóvenes sobre el Mal, el «fascismo eterno»,
que son intercambiables. No hay individuos, sino un colectivo. Todas
las entrevistas son iguales. Repiten lo mismo. Tampoco hay un
pensamiento crítico, sino fanatismo y repetición del dogma, como unos
feligreses rezando el rosario. Uno tras otro sueltan que el capitalismo,
el «neoliberalismo» dicen los más actualizados, trae el fascismo para
evitar el triunfo de la «clase obrera, las mujeres y los migrantes».
Esto es tan demagógico que no merece la pena un comentario.
No
acaba ahí. Están contra la educación en instituciones privadas, o en
contra de determinados estudios, como los financieros, porque fomentan
una «moral fascista». Con este concepto se refieren a la religión, el
beneficio personal, el individualismo, o el emprendimiento. En este
sentido todo «lo privado» está contra la patria, como vino a decir
Antonio de la Torre, el actor premiado en el acto. «Solo lo público es
patriota», dijo, confundiendo el bien general y el común con el público,
la patria con el Estado -cosa que firmaría Mussolini-, y desconociendo
que lo público vive de lo privado.
Lo
que no es «público» es fascista o tiende al fascismo, como Mercadona o
cualquier universidad privada, dicen. Esta percepción del mundo es
utilizada para calificar a los medios de comunicación, a los periodistas
y analistas. Por ejemplo, este medio, THE OBJECTIVE,
es un medio fascista porque acoge la pluralidad. Un periódico, la
televisión o el cine, afirman, están para hacer política antifascista,
de izquierdas, contra la tradición y el neoliberalismo, por la «justicia
social» y la moral, y obligar a la gente a ser «progresista».
Imagínense
crecer mientras te dicen en la escuela, desde los medios y en la
cultura que vives con la amenaza del Mal. Acabas viendo «fascistas» en
todas partes; y señalarlo a gritos, como en el remake de 1978 de La
invasión de los ladrones de cuerpos, te permite la integración en la
comunidad homogénea, pura y antifascista. A esa persona en formación,
además, se le otorga la misión de salvar a la Humanidad de algo que
nadie más ve: el fascismo. Es una aventura apasionante para un
adolescente.
¿Cómo
no tener ansiedad por el ascenso de lo que llaman «fascismo»? El
paraíso está en peligro, y ellos, siguiendo el dogma y el repertorio de
acción colectiva antifa niegan las libertades del resto para salvarnos
del Mal. Son la tropa de los mesías antifascistas. Unos sujetan las
antorchas y otros lanzan los libros a la pira. Unos señalan y otros
escrachean. Como diría cualquier psicólogo social, los aprovechados
alientan la ansiedad de los incautos para atacar a sus enemigos. Así nos
va.
Postado há 7 hours ago por Orlando Tambosi
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