BLOG ORLANDO TAMBOSI
El conflicto en Ucrania no puede explicarse simplemente como la agresión de una autocracia contra una democracia. La crisis económica en la URSS y el nacionalismo ruso explican cómo hemos llegado aquí. Branko Milanovic para Letras Libres:
La
primera teoría, y la más popular, considera la guerra como un conflicto
entre democracia y autocracia. Se basa en la premisa de que Rusia está
dirigida por un dictador y Ucrania por un presidente elegido
popularmente. Sin embargo, este punto de vista pasa por alto una serie
de hechos, como que el cambio de gobierno en Ucrania en 2004 fue el
resultado de una revuelta social contra unas elecciones injustas,
mientras que el cambio de 2014 fue un golpe de Estado contra un gobierno
legítimamente elegido.
Además,
Ucrania era, antes de la guerra e incluso antes de 2014, el Estado más
fracasado de la antigua Unión Soviética. No solo el nivel de corrupción
era extremadamente alto, el parlamento en gran medida disfuncional,
varios oligarcas, incluido el que ayudó a llevar a Zelenski al poder,
estaban fuera de control, sino que los índices económicos de Ucrania
eran probablemente los peores de todas las repúblicas de la antigua
Unión Soviética. Mientras que en 1990 el PIB per cápita de Rusia y
Ucrania era bastante similar, en vísperas de la invasión rusa, el PIB
per cápita de Rusia era más del doble que el de Ucrania. La opinión de
que, de algún modo, Ucrania representa, o representaba, según los
propios rusos, una alternativa deseada a la autocracia rusa queda
desmentida por los hechos. El movimiento de población se produjo en la
dirección “equivocada”: los ucranianos se trasladaron a Rusia y
trabajaron en Rusia porque los salarios allí eran aproximadamente tres
veces más altos que en Ucrania, en lugar de que los rusos se trasladaran
a Ucrania.
La
segunda explicación del conflicto actual adopta la postura de que la
guerra es el resultado del imperialismo ruso. Según esa teoría, el
régimen de Putin es heredero del régimen zarista que pretendía someter y
controlar las zonas de alrededor de Rusia, desde Rumanía (Moldavia)
hasta Polonia, el Báltico y Finlandia. Esa teoría se ve respaldada en
gran medida por las declaraciones de Putin realizadas justo antes de la
guerra, donde trataba de ofrecer una justificación para la misma. Rusia
sufrió, en opinión de Putin, “el siglo de las traiciones”, cuando sus
territorios históricos (incluida Novorossiya, conquistada por Catalina
la Grande, que Putin reivindica hoy abiertamente) fueron dilapidados por
los comunistas. Putin ataca así primero a Lenin por haber dado a
Ucrania el Donbás, luego a Stalin por haber dado a Ucrania la parte
oriental de Polonia y finalmente a Jruschov por haber transferido Crimea
de Rusia a Ucrania. La implicación, a menudo formulada por autores
nacionalistas rusos, es que el régimen comunista fue una “conspiración”
antirrusa que diluyó los territorios históricos tradicionales de Rusia y
se los dio a otras nacionalidades para aplacar su sentimiento de
agravio contra el chovinismo ruso.
La
teoría une así de forma interesante a quienes sostienen que el
imperialismo ruso es de algún modo innato a la psique rusa y a los
propagandistas de Putin. La teoría tiene cierta relación con la
realidad, pero el problema es que no aborda el origen de la actual ola
de nacionalismo e imperialismo. Podría explicar el nacionalismo ruso del
siglo XIX, pero no el actual, cuyas raíces se explican de forma mucho
más plausible por lo ocurrido desde 1917. Pasamos a ello a continuación.
El
tercer punto de vista sobre los orígenes del conflicto examina las
raíces del nacionalismo actual. Comienza tras los acontecimientos
históricos de 1989-1992 que condujeron a la caída del comunismo. La
caída del comunismo no fue precipitada por revoluciones democráticas
como suele afirmarse en el relato popular en Occidente. En realidad
fueron revoluciones de liberación nacional del dominio indirecto de la
Unión Soviética. Adoptaron una forma aparentemente democrática debido a
un amplio acuerdo sobre la autodeterminación nacional entre muchos
sectores de la población en 1989. Así, nacionalismo y democracia se
fusionaron y fue difícil distinguirlos. Esto ocurrió especialmente en
países étnicamente homogéneos como Polonia o Hungría: nacionalismo y
democracia eran lo mismo, y es comprensible que tanto los
revolucionarios nacionales como los observadores occidentales
prefirieran hacer hincapié en lo segundo y restar importancia a lo
primero (el nacionalismo). Solo podemos distinguir ambos cuando
observamos lo que ocurrió en las federaciones multiétnicas.
Ninguna
teoría que considere que la democracia fue el hilo conductor de las
revoluciones de 1989 puede explicar el hecho de que todas las
federaciones étnicas comunistas se desintegraran. Si la democracia era
la principal preocupación de los revolucionarios, no había ninguna razón
para que esas federaciones se disolvieran una vez democratizadas.
Además, la disolución no tiene ningún sentido dentro de la narrativa
liberal más amplia que considera el multiculturalismo además de la
democracia (o incluso como parte de la democracia) como un desiderátum.
Si la democracia y el multiculturalismo fueran las fuerzas que guiaron
las revoluciones de 1989, las federaciones de la Unión Soviética,
Checoslovaquia y Yugoslavia deberían haber sobrevivido. El hecho de que
no lo hicieran indica claramente que las fuerzas rectoras de la
revolución eran las del nacionalismo y la autodeterminación.
Además,
como ya he mencionado, la teoría de la naturaleza democrática de las
revoluciones de 1989 no puede explicar por qué todos los conflictos y
guerras han tenido lugar en las federaciones comunistas disueltas, y por
qué once de doce, incluyendo la actual guerra en Ucrania, son
conflictos étnicos sobre fronteras. Estos conflictos no tienen nada que
ver con el tipo de organización política interna o de gobierno
(democracia frente a autocracia), pero tienen mucho que ver con la
conquista de territorio, el nacionalismo y el deseo de las minorías que
se encuentran en los Estados “equivocados” de tener sus propios Estados o
unirse a un Estado vecino. Estos hechos elementales casi nunca se
mencionan en la narrativa dominante. Hay una buena razón para ello: van
en contra de la simplista “narrativa democrática”.
La
cuarta teoría parte de la tercera, pero va un paso más allá. Plantea la
pregunta crucial, ignorada por todas las demás teorías: ¿de dónde
procede el nacionalismo que condujo a la ruptura de las federaciones
étnicas? La respuesta hay que buscarla en la configuración
constitucional de las federaciones comunistas y en la economía. Como es
bien sabido, los comunistas no solo intentaron resolver los problemas
económicos ligados al capitalismo, sino también el problema étnico que
ha atormentado a Europa del Este durante varios siglos. En líneas
generales, siguieron el planteamiento austro-marxista, que pasó de
defender la autonomía personal a favorecer la autodeterminación
nacional. Por eso se creó la Unión Soviética como una federación de
Estados de base étnica. La Unión Soviética debería haber trascendido la
cuestión étnica dando a cada etnia su propia república, una patria. La
Unión Soviética, desde este punto de vista, proporcionó el modelo para
un futuro Estado federal global que también estaría compuesto por
Estados de base nacional que cumplían dos funciones: proporcionar
seguridad nacional a sus miembros y un rápido desarrollo económico
gracias a la abolición del capitalismo. El mismo planteamiento fue
adoptado por otras dos federaciones étnicas: Checoslovaquia y
Yugoslavia. Ese enfoque tenía mucho sentido sobre el papel y
probablemente habría resuelto el problema étnico si el comunismo hubiera
cumplido su promesa de rápido crecimiento económico.
La
razón por la que las federaciones comunistas no lograron resolver el
problema étnico se hizo mucho más evidente en la década de 1970. La
razón principal residía en el fracaso económico para alcanzar al
Occidente desarrollado. A medida que ese fracaso se hacía más evidente,
bajo la condición de un sistema de partido único la única legitimidad
que podían buscar las diferentes élites de los partidos comunistas era
representarse a sí mismas como abanderadas de los intereses nacionales
de sus propias repúblicas. En ausencia de relaciones de mercado y con
precios arbitrarios, cada república podía alegar haber sido explotada
por las demás. Las élites republicanas se aferraron a ello para hacerse
más populares en casa (en sus repúblicas) y, a falta de elecciones,
conseguir cierta legitimidad. Les ayudó el hecho de que las estructuras
políticas republicanas fueran consideradas estructuras legítimas dentro
del Estado de partido único. De este modo, las élites republicanas no
tuvieron que salirse del sistema político existente (lo que las habría
expuesto a la represión) para obtener el manto de la legitimidad y el
apoyo popular. Irónicamente, si no hubieran existido estas estructuras
republicanas, es decir, si los Estados multinacionales hubieran sido
simples Estados unitarios, las élites comunistas locales no habrían
tenido las herramientas ni la base política para desafiar a otras élites
y proyectarse como defensoras de los intereses nacionales. Sin embargo,
al hacerlo, también crearon la base para la difusión y aceptación de
ideologías nacionalistas que acabaron por desintegrar los países.
Así
pues, para comprender mejor la guerra actual es importante remontarse a
la historia. Lo que observamos hoy se debe a dos factores: en primer
lugar, el fracasado desarrollo económico de los antiguos países
comunistas y, en segundo lugar, la configuración política estructural
que permitió a las élites republicanas encubrir el fracaso económico
defendiendo los intereses nacionalistas de sus electores. Esto último
era a la vez una solución fácil y estaba permitido por la forma en que
estaba organizado el régimen. Si uno defendía la vuelta al capitalismo,
era probable que acabara despedido de su trabajo o en la cárcel. Pero si
uno argumentaba que su república recibía un trato desigual, era
probable que ascendiera por las escaleras del poder.
La
legitimación del interés nacional como tal proporcionó entonces la
legitimación de las ideologías nacionalistas y, en última instancia, el
deseo de independencia nacional y la ola de nacionalismo que motivó y
siguió a las revoluciones de 1989. La fuerza motriz de estas
revoluciones fue la misma tanto en los países étnicamente homogéneos
como en los étnicamente heterogéneos: fue el nacionalismo. Pero el
nacionalismo en el primer grupo de países confluyó con la democracia, y
el nacionalismo en el segundo grupo de países, debido a cuestiones
territoriales sin resolver, desembocó en guerras. Rusia tardó en adoptar
una postura nacionalista fuerte, y su reacción puede considerarse
tardía. Pero debido a su tamaño, gran población y enorme ejército,
representa una amenaza mucho mayor para la paz una vez que el
nacionalismo es dominante. Porque, obviamente, un Estado muy pequeño con
la misma ideología nacionalista es una amenaza mucho menor para la paz
mundial que un Estado con seis mil misiles nucleares.
Si
no vemos que las raíces del conflicto actual son históricas y son
consecuencia de la configuración inicial de las federaciones comunistas y
del fracaso económico del modelo comunista de desarrollo, difícilmente
entenderemos el conflicto actual, todo el que queda por resolver, y
posiblemente incluso los que aún puedan venir.
Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente es Capitalism, alone (Harvard University Press, 2019).
Postado há 2 hours ago por Orlando Tambosi
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