Há importantes interesses econômicos em jogo por trás das mudanças de sexo: cada pessoa que inicia os tratamentos se converte em cliente obrigatório das farmacêuticas para toda a vida. Fernando Savater para The Objective:
Sigue
siendo difícil convencer a los ciudadanos de que las mayores amenazas
para nuestras democracias vienen siempre, directa o indirectamente, de
perversiones educativas. Este descuido se debe a que el tiempo de la
educación es muy largo, en contraste con las atropelladas urgencias
alarmantes que nos llegan diariamente por internet. Malo o bueno, el
efecto de la educación sobre nuestra convivencia rara vez se nota antes
de diez, quizá veinte años. ¿Quién va a plantearse problemas a tan
diferido plazo, como no sean los ecologistas más empecinados, que hablan
de hipotéticos males para dentro de un siglo como si estuviesen ya al
alcance de la mano? Además, los peligros educativos se suponen siempre
como ocultamiento o falsificación de datos históricos, por razones
nacionalistas o de ideología sectaria, así como sustitución de lecciones
científicas por visiones pseudoreligiosas (creacionismo, racismo,
etc..). Es decir, lo habitual es imaginar que lo que pervierte la educación
son las influencias supersticiosas y retrógradas del pasado, no las
supersticiones y oscurantismos del presente que apuntan al futuro. Grave
error, porque estos últimos son los más correosos y difíciles de
combatir. Como bien señaló Chesterton, lo peliagudo y arriesgado es
combatir las nuevas ideas, no las viejas, por lo mismo que hay que
esforzarse más para vencer a un mocetón de veinte años que a su abuela.
Actualmente,
tanto en los países de la Unión Europea como en Estados Unidos, una de
las peores perversiones educativas (que cuenta con el apoyo contagioso
de las redes sociales pero también de docentes y médicos sin escrúpulos)
es la ideología queer o trans
que ofrece a los niños desde los 4 años o antes la posibilidad de
«elegir» su sexo y modular su género de acuerdo con una disponibilidad
ilimitada que no veta nada y sólo sospecha de la normalidad. Para los
niños así secuestrados ideológicamente, el sexo deja de ser un dato
biológico inamovible que luego será desarrollado por cada cual de
acuerdo con sus preferencias eróticas (como la nutrición es una
necesidad humana vital que cada cual orienta después de acuerdo con
caprichos gastronómicos) y se convierte en una coacción restrictiva
surgida de la conspiración de los intolerantes. Lo explican breve y
contundentemente dos psicoanalistas y pedopsiquiatras francesas,
Caroline Eliacheff y Céline Masson, en su librito La fabricación del
niño-transgénero (L’Observatoire; no traducido al castellano), que lleva
un subtítulo revelador: «¿Cómo proteger a los menores de un escándalo
sanitario?».
Según
las autoras, los niños padecen actualmente a través de las redes
sociales un bombardeo publicitario que convierte el cambio de sexo en
una opción atrayente, un gesto de moda que confiere distinción a quien
lo adopta y sobre todo atrae la atención de compañeros y adultos sobre
el sujeto en un momento vital en que tal regalo es especialmente
codiciado. Cuando hace público que «ha nacido con un cuerpo equivocado» y
por tanto exige cambiar de nombre, de indumentaria, de alojamiento y de
categorías deportivas, antes de pedir tratamiento hormonal y cirugía
para completar de modo casi irreversible su transformación fisiológica
(que desde luego siempre será ortopédica y nunca llegará a sus
cromosomas), el neófito es acogido por un grupo de cofrades que le
blindará contra los demás, empezando por sus padres, y le dictará la
nueva jerga que debe utilizar pero también le aprisionará como cualquier
secta y le afeará como una vergonzosa traición cualquier retroceso en
el camino emprendido. Esas sectas, que no renuncian a utilizar las
amenazas y hasta formas de violencia contra los «fascistas» que se
oponen a su manipulación de menores, inspiran un santo pánico entre
adultos (a veces los propios padres, otras endocrinólogos, psicólogos,
ministros, etc…) que no quieren verse «cancelados» por esos activos
nigromantes al servicio del espíritu de los tiempos.
Desde
luego, hay que ayudar a quienes sufren problemas de adaptación a su
cuerpo y la interacción social, aunque rara vez los trastornos de la
pubertad se resuelven con intervenciones médicas. El profesor Paul R.
McHugh, jefe de servicio en psiquiatría del hospital Johns Hopkins,
explica: «¿En qué la creencia de un hombre de que es una mujer
aprisionada en el cuerpo de un hombre difiere de los sentimientos de una
paciente de anorexia que se ve obesa? Sin embargo, no se trata el
trastorno de esa paciente con una liposucción. Entonces, ¿por qué
amputar a los pacientes que sufren disforia de género de sus
genitales?». Tampoco debe olvidarse que hay importantes intereses
económicos en juego: cada persona que inicia los tratamientos de cambio
de sexo (y cuanto antes mejor) se convierte en cliente obligado de las
farmacéuticas para toda su vida. Entregar a quienes no tienen madurez
afectiva ni física a estos procesos complejos que condicionarán su vida
para siempre (tanto si siguen con ellos como si tratan de revertirlos,
lo cual es más difícil y doloroso) es un auténtico crimen contra la
infancia, que además aspira a revestirse del oropel de la emancipación
contra la tiranía de los binarios…
Como
dicen nuestras autoras, «esta campaña virtuosa en nombre del bien del
niño es en realidad una negación de su derecho a ser protegido».»El
transgenerismo – dicen Eliacheff y Masson en su libro ya citado- no es
más que el síntoma de una coyuntura política marcada por derivas
identitarias y caracterizada por una crisis profunda de la
racionalidad». Educar es formar seres humanos capaces de potenciar su
humanidad y reforzarla del modo más veraz, solidario y creativo. Pero
«si no hay cuerpos, sexo, ni mujeres, ni niños… ¿qué queda de lo humano?
Ser humano es someterse a las prohibiciones fundamentales y aceptar la
renuncia a la omnipotencia interiorizando los límites». Nuestras
sociedades padecen una auténtica disforia educativa, es decir, un
rechazo ideológicamente inducido a cumplir la misión que ha
correspondido a la paideia desde nuestros orígenes griegos y cristianos.
Pero sin paideia humanista tampoco tendremos mucho tiempo democracia
humanizadora…
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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