O outro negacionismo é desconsiderar a covid depois de termos nos vacinado. Daniel Capó para The Objective:
Ha sido tal el trauma causado por la covid
en términos de enfermedades crónicas, muertes, pérdida de derechos, y
también de confianza en la clase dirigente, que el retorno de las
libertades se ha vivido como una fronda festiva. En cierto modo es
normal: tras la edad del miedo llega la de la alegría. Somos seres
binarios, que se mueven entre el día y la noche, y así nos comportamos.
Cuando, en pleno confinamiento, una vecina –que estaba de alquiler y
veía desvanecerse o estallar en mil pedazos su mundo– me quiso denunciar
porque jugaba al fútbol con mi hijo en el jardín de casa, pensé en el
daño mental que causa el encierro en personas quizá no acostumbradas a
la soledad o a la convivencia estrecha. Miré hacia atrás y leí sobre las
cárceles de la Inquisición, que eran como las de su época o incluso
mejores, si hacemos caso a los historiadores y no a la leyenda negra;
pero, en todo caso, lo suficientemente malas como para que nadie
quisiera pasar en ellas un solo minuto. Nosotros tampoco; y aun así
tuvimos que vivir, trabajar y relacionarnos desde el confinamiento
durante unos meses que se hicieron interminables y que dieron paso
después a una guerra ideológica entre partidarios y detractores de la
vacunación obligatoria, cuyas consecuencias reales todavía no podemos
calibrar. Una de las más evidentes es que vivimos y pensamos inmersos en
un magma de fake news que se hacen pasar por verdaderas y que ya, en
muchos casos, empiezan a parecernos indistinguibles de ellas.
Después
de la edad del miedo, llegó la fronda festiva en la que nos movemos hoy
y que no es sino otra forma de evadirnos, otro tipo de negacionismo: el
que rechaza cualquier consecuencia negativa de la enfermedad una vez
nos hemos vacunado. De un extremo a otro, de repente es la misma
enfermedad la que ha adquirido la condición de fake news (¿ese poco de
mucosidad, esa tos, esas décimas de fiebre: eso era todo?) y, por
supuesto, no lo es; aunque pueda parecérselo a muchísima gente. A la
inmensa mayoría, realmente. Pero eso no oculta la cifra de los
fallecidos y el hecho de que pocas causas de muerte sean tan comunes
como las que tienen que ver directa o indirectamente con el virus, según
señalan las estadísticas. Sin embargo, lo relevante ya no es aquí el
número de muertos –siéndolo y mucho–, que forma parte de lo conocido,
sino la incertidumbre de todo aquello que aún no sabemos sobre la
enfermedad.
Katherine
J. Wu, desde las páginas de The Atlantic, escribía esta semana acerca
de lo que supondrá enfermar de covid una y otra vez. La verdad es que lo
ignoramos. Como también ignoramos si, al hablar de reinfecciones del
virus, nos referimos a contagiarnos una vez cada dos o tres años, como
sucede con la gripe, o a contagiarnos dos o tres veces cada año, como
podría suceder perfectamente si el virus mantiene su ritmo de mutación y
continúa la ausencia de medidas de contención no farmacológicas
(básicamente, mascarillas y depuración del aire).
¿Qué
supondrá para el organismo la infección repetida de un virus sistémico
como es este? ¿Se irá adquiriendo inmunidad contagio tras contagio,
mientras se juega a la ruleta rusa en cada caso? Todavía no sabemos si
los casos de hepatitis infantil que han asaltado los hospitales en estos
últimos meses pueden estar o no relacionados con el coronavirus; pero,
si ese es el caso, ¿cuántas nuevas afecciones podrían derivarse en
cierta medida de lo que denominamos covid largo? Lo desconocemos, aunque
tarde o temprano lo sabremos. Confiemos en que llegue pronto una
segunda generación de vacunas capaz de conferirnos inmunidad. Porque si
no, es posible que la alegría de estos meses se pague en el futuro más
cara de lo que ahora pensamos.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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