Hoje em dia, a maioria dos ensaios publicados são enumerativos. Já não há um Maquiavel, mas aprendizes de Maquiavel. J. J. Armas Marcelo para El Cultural:
De
vez en cuando hago una descubierta intelectual, abandono mi zona de
confort en la lectura, la poesía y la narrativa, y me atrevo a
sumergirme en las aguas turbulentas del ensayo contemporáneo, bastante
distinto a lo que entendemos por ensayo desde que este género se inventó
en la filosofía. Mi experiencia personal como lector del ensayo que se
publica hoy en día, con la publicidad que se añade al hacer creer que en
sus páginas se descubre un nuevo e insólito Mediterráneo, es
decepcionante.
Por
regla general, el autor ha escrito un texto de charlatán de feria con
el que quiere demostrar sus conocimientos profundos sobre lo que
escribe. Pero ya se sabe que un ensayo no es una enumeración acumulativa
de hechos, fechas y nombres, sino una construcción intelectual llena de
pensamientos abstractos que desvela una nueva tesis sobre lo que se
escribe y compone y propone un nuevo campo de debate y discusión.
Si
alguien quiere demostrar que la Ilíada está escrita por un hombre y,
sin embargo, la Odisea está escrita por una mujer, tendrá que mostrar y
demostrar su tesis e incluso dar el nombre de la escritora. Nausícaa,
por ejemplo. No basta con enumerar mis conocimientos sobre el griego
homérico, sino, sin charlatanería alguna, demostrar las diferencias de
ambas escrituras, suponer otra conclusión y decidirse, basándose e
inventando pensamientos abstractos, a crear otra tesis distinta. La
convencionalmente aceptada. Por eso hay ensayos que crean escuela y se
discuten académicamente durante siglos y otros, débiles en sus
presupuestos y consecuencias, se apagan como una estrella que tal vez
nunca debió tener luz.
Hoy
en día, la mayoría de los ensayos que se publican son enumerativos. Es
decir, enumeran los hechos sobre el asunto, descargan información “sobre
el tema” y se consuelan con lo que demuestran que han estudiado y que
saben cediéndole al lector el resultado de su sabiduría. Pero hoy en
día, esa información exhaustiva ya no se estudia con esfuerzo profundo
en las bibliotecas más exigentes y en las enciclopedias de la sabiduría,
porque las nuevas tecnologías facilitan cualquier dato sobre cualquier
asunto y evita años de trabajo al ensayista que lo que quiere es sentir
la euforia pública del pensador que él mismo cree que hay en él.
De
modo que, hoy por hoy, algo de truco hay en el ensayo, sobre todo si se
conforma con trasladar de los programas tecnológicos toda la
información que necesita, la enumera por escrito y la deja ahí, a la
intemperie, como si hubiera descubierto de nuevo América.
Hoy
no encuentra el lector un ensayo contemporáneo sobre, por ejemplo, el
poder y la fascinación que ejerce sobre el ser humano, con la
profundidad de El Príncipe, que empieza siendo una enumeración de
consejos para el político y termina garabateando también las hipótesis
del futuro de ese poder, sea del tiempo que sea. Quiero decir: ya no hay
un Maquiavelo,
sino aprendices de Maquiavelo que se aventuran a repeticiones
históricas y perpetran su truco actualizando los datos que facilitan
rápidamente los mecanismos de las nuevas tecnologías.
De
ahí la afluencia de maquiavelitos y charlatanes al mercado, a vender
sus productos como se venden las lechugas y los calcetines. O los
chorizos, tanto da. Y lo peor es que los medios informativos,
contaminados por la publicidad de ese mismo mercado, ayudan a la
confusión jerarquizando al alza un talento mediocre y premiando al más
torpe de la clase, aunque el más popular, con el galardón de “crítico de
primera serie”.
Falla
la verdad, la honradez profesional, el esfuerzo intelectual, la misma
escritura, que en Maquiavelo es bellísima y en los charlatanes es simple
material de escribidor profesional. Ya no interesa el pensamiento
abstracto, esa categoría tan cansina a estas alturas, ni la verdad.
Interesan las mayorías, las masas absurdas y animalizadas que dan el
poder y lo quitan con el mismo resultado de vez en cuando, cada cierto
tiempo, para parecer que todo cambia aunque nunca cambie nada, según
enseñanza del sobrino del príncipe De Salina en la novela de Lampedusa.
Interesa,
sobre todo, la ceguera de esas masas y la facilidad con la que se les
engaña. Interesan la banalidad y la constante perversión del valor de la
imagen, como consecuencia de la publicidad y el bombardeo de la
propaganda. Parece no haber tiempo para inventar una nueva forma de
pensar que se sustente sobre la antigua, sobre aquella que convertía al
autor de ensayos en un sabio o en un filósofo, en todo caso un creador
de pensamiento, un creador de escuelas, lo que siempre entendimos por un
ensayo: un texto escrito que nos desvela algo que estaba escondido en
el agujero oscuro que es a su vez otro descubrimiento para una nueva
vida y un nuevo mundo.
Ahora,
a la chapuza se le llama brillantez porque el tal ensayo aparente, sólo
aparenta, sabiduría. Pero, pregúntenselo ustedes también, ¿qué añade?
Nada. O, por ser benévolo por una vez, casi nada.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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