José Juan Moreso resenha, para a Revista de Libros, duas obras que retratam os lugares e as figuras do movimento filosófico que dominaria as universidades anglo-saxônicas:
The Murder of Professor Schlick.
The Rise and Fall of the Vienna Circle
David Edmons
Princeton: Princeton University Press, 2020
313 páginas
Frank Ramsey. A Sheer Excess of Powers
Cheryl Misak,
Oxford: Oxford University Press, 2020
500 páginas
(I)
El
año pasado, el año de la pandemia, se publicaron dos libros que
contienen dos magníficos retratos, tanto desde el punto de vista
académico como cultural, de los dos lugares en que nació la filosofía
analítica contemporánea: Viena y Cambridge. Ahora la filosofía analítica
es claramente mayoritaria en los departamentos universitarios
anglosajones dedicados a la filosofía, y goza de una expansión creciente
también en Europa continental, incluyendo España. Pero vale la pena
detenerse un poco en esta descripción de los orígenes.
Tal
vez habría que añadir otra ciudad a estas dos, se trata de la ciudad
alemana de Jena. Allí enseñó y escribió el que, sin duda, puede
considerarse el padre de la filosofía analítica: Gottlob Frege
(1848-1925). Pero Frege fue un pensador que trabajó inmensamente sólo y
que terminó su vida amargado, en los años inmediatamente posteriores a
la Gran Guerra, escribiendo comentarios reaccionarios y antisemitas en
sus diarios. Sin embargo, tres de sus contribuciones son cruciales: su
Begriffsschrift (Conceptografía, 1879) estableció las bases de la lógica
matemática, dando un paso de gigante en una disciplina que había
quedado casi inalterada desde los Analytica priori de Aristóteles,
mostrando que la teoría del silogismo del Estagirita era sólo una
pequeña parte de la lógica; en los Grundgesetze der Arithmetik (Las
leyes básicas de la aritmética, 1893-1903) llevó a cabo el más
descomunal intento de reducir las matemáticas a la lógica y en el famoso
artículo Über Sinn und Bedeutung (Sobre el sentido y la referencia,
1892) puso las bases de la filosofía del lenguaje contemporánea. Es
difícil imaginar una contribución más relevante. Es cierto, sin embargo,
que cuando el segundo volumen de los Grundgesetze estaba en la
imprenta, en 1902, Frege recibió una carta de Bertrand Russell, en la
que le mostraba la famosa paradoja de Russell (por ejemplo, supongamos
que un bibliotecario debe generar un catálogo de todos los catálogos que
no se incluyen a sí mismos, ¿debe este catálogo incluirse a sí mismo?,
si se incluye entonces no debería incluirse; si no se incluye, entonces
debería incluirse). Del sistema de Frege se seguía, por lo tanto, una
contradicción. Hubo que esperar casi treinta años para que Kurt Gödel
(uno de los miembros destacados del Círculo de Viena) mostrara la
imposibilidad del programa logicista con su teorema de incompletitud,
con arreglo al cual cualquier sistema de lógica lo suficientemente
potente para incluir la aritmética es incompleto si es consistente, es
decir, hay verdades matemáticas que no se derivan de sus axiomas. Sin
embargo, a pesar de su soledad, Frege siguió manteniendo, a comienzos
del siglo XX, fructíferos contactos tanto con Bertrand Russell como con
Ludwig Wittgenstein1.
(II)
David
Edmonds, el autor de The Murder of Professor Schlick, es uno de los
mejores difusores de la filosofía en la actualidad. Junto con Nigel
Warburton es el conocido autor de la serie de podcasts Philosophy Bites,
y co-autor de otros libros de difusión filosófica merecidamente
famosos, entre los que destaca tal vez Wittgensteins’s Poker2. Fue Hans
Hahn el originador del Círculo. Pero Edmonds escoge el nombre de Schlick
por razones fundadas: Schlick auspició las reuniones de un grupo
pequeño de filósofos jóvenes, judíos, en la Viena de finales del
imperio, después de la Gran Guerra, cuando en 1922 ocupa la cátedra de
filosofía natural de la Universidad de Viena, se convierte en su
referencia más clara, y agrupa a su alrededor un número de filósofos de
gran inteligencia y capacidad. Y el movimiento termina cuando el
profesor Schlick es asesinado el día 22 de junio de 1936, en las
escaleras de la Universidad de Viena, por un estudiante trastornado
mentalmente, Johann Nelböck, que más adelante, ya después del Anschluss,
consiguió la libertad condicional, arguyendo que el asesinato había
sido cometido por razones ideológicas, para liberar a la Universidad de
la perniciosa influencia de las ideas disolutas y judías del filósofo,
del que el asesino había sido alumno. Y si esa fecha puede ser
contemplada con buenas razones como el final del Círculo de Viena, es
cierto que otros autores habían abandonado Viena en los años previos,
huyendo de la locura a la que el nazismo había llevado la vida del
centro de Europa (así Rudolf Carnap, Carl Gustav Hempel, Philipp Frank,
por ejemplo). De hecho todos ellos, junto con, por ejemplo, Kurt Gödel,
participaron en el quinto Congreso para la unidad de la ciencia, que se
celebró en Harvard entre el 3 y el 9 de septiembre de 1939. Esto salvó
de verse atrapados por la Segunda Guerra Mundial a otros que habían
viajado a Boston para el Congreso, así el filósofo Richard von Mises,
hermano del reputado economista Ludwig von Mises, o el grandísimo lógico
polaco, Alfred Tarski, que ya no regresarían por fortuna a Europa. Sin
embargo, la fecha del asesinato de Schlick, que por cierto no era de
origen judío, simboliza mejor que cualquier otra la fecha de la diáspora
y, por lo tanto, del fin del grupo.
Como
dice el autor del libro en el prefacio (p. viii): «El círculo de Viena
era un grupo filosófico. Pero no puede comprenderse de manera aislada.
Surgió en una ciudad en la cual el arte, la música, la literatura y la
arquitectura florecían también. La capital austríaca es un personaje
principal de estas páginas. Una de las cunas del modernismo, era el
domicilio para el psicoanalista Sigmund Freud y el compositor Arnold
Schönberg, el periodista Karl Kraus y el arquitecto Adolf Loos, el
novelista Robert Musil y el autor de teatro Arthur Schnitzler. Las ideas
del Círculo complementaban o competían con otras que circulaban
alrededor de Viena».
Y
a estas luminarias culturales podemos añadir, por ejemplo, otras que
también están en el libro: el gran jurista Hans Kelsen, que diseñó la
estructura democrática del nuevo Estado austríaco después de la Primera
Guerra Mundial (con su Tribunal constitucional, un modo de control
constitucional concentrado que Kelsen inventó y que después ha tenido
tanta influencia), Otto Bauer, el líder teórico del austro-marxismo o
uno de los mejores pintores del siglo XX, Gustav Klimt. Es difícil
imaginar una ciudad con mayor vitalidad intelectual y cultural, es la
capital de la cultura y del pensamiento en esos años.
El
Círculo no fue un movimiento ni cerrado ni homogéneo. Son muchas las
personas que asistieron a algunas de sus reuniones y que se vieron
influidas por las ideas del Círculo o influyeron poderosamente en él.
Por ejemplo, Ludwig Wittgenstein no fue stricto sensu, un miembro del
Círculo (aunque conocía a algunos de sus miembros y tuvo relación con
ellos, nunca asistió a sus reuniones, pero el Tractatus fue uno de los
libros de cabecera del grupo). Y aunque muchas de las ideas de Karl
Popper están en la vecindad del Círculo, no fue nunca un miembro regular
de sus reuniones.
Frank Ramsey |
No
tiene sentido hacer aquí una lista de los miembros. El libro retrata
bien las relaciones, no sólo las académicas, sino también las
personales, incluidas las afectivas: en el entorno del Círculo había
también mujeres, como Olga Hahn o Rose Rand. Pero vale la pena decir que
tal vez los más relevantes de los filósofos que están en el origen de
la filosofía analítica y cuya obra ha sido más perdurable sean, aparte
de la influencia continuada de Schlick, Rudolf Carnap, Kurt Gödel, Otto
Neurath (el más radical políticamente, a la izquierda de la
socialdemocracia, en la que casi todos los demás se sentían cómodos) y
Alfred Tarski. Tarski, pese a ser polaco, y mantener por lo tanto
relaciones más intermitentes, fue realmente influyente.
La
lectura del libro nos familiariza con la textura en la que nacieron las
ahora bien conocidas ideas del Círculo: el lugar central de la lógica y
el lenguaje para la filosofía, por ello Gottlob Frege, Bertrand Russell
y el Ludwig Wittgenstein del Tractatus eran sus héroes; el rechazo de
la metafísica, por eso Martin Heidegger era uno de sus villanos. Ahora,
en la filosofía analítica contemporánea, muchas de sus tesis centrales
son más controvertidas. Por ejemplo, la distinción crucial entre
proposiciones analíticas, cuya verdad depende sólo de su significado y
son todas a priori y necesarias, y las proposiciones sintéticas, cuya
verdad depende de la realidad extralingüística, de cómo es el mundo, y
son todas a posteriori y contingentes, recibió un primer embate por
parte de Willard van Orman Quine. Quine, amigo de muchos de ellos, a los
que visitó en Viena, y con los que siguió manteniendo relación en los
Estados Unidos después de la diáspora, cuestionó que dispongamos de un
criterio claro para realizar dicha distinción3. Más adelante nacería una
nueva teoría del significado, la teoría causal de la referencia, de
Saul Kripke4 (y también Hilary Putnam), según la cual algunas de
nuestras proposiciones, como que el agua es H2O, son necesarias aunque a
posteriori. Lo que, por otro lado, ha permitido la resurrección de la
metafísica en el ámbito analítico, porque ahora vuelve a tener sentido
preguntarse cuáles son las propiedades esenciales de las cosas.
Si
durante los primeros tiempos era posible atribuir al Círculo algunas
tesis filosóficas características, ahora la filosofía analítica no es un
conjunto de tesis, puesto que no hay ninguna que no sea altamente
controvertida en esta tradición. Más bien podríamos decir que la
filosofía analítica es un estilo de practicar la filosofía, un estilo
–si se me permite este juego de palabras- de hacer filosofía con estilo.
(III)
El
otro libro, escrito por Cheryl Misak, profesor de Filosofía en la
Universidad de Toronto, está dedicado a la portentosa persona de Frank
Ramsey, que murió de ictericia a los veintisiete años de edad. Había
nacido el 22 de febrero de 1903 en el corazón de Cambridge, su padre era
Fellow en el Magdalene College de aquella Universidad, y murió en un
hospital londinense el 19 de enero de 1930.
El
libro retrata muy fielmente tres dimensiones que son necesarias para
comprender la importancia de este pensador excepcional. En primer lugar
cómo, siendo tan joven, alcanzó a insertarse en el clima de la
Universidad de Cambridge de esos años, consiguiendo relaciones
académicas y personales con personas como Bertrand Russell, G.E. Moore,
Ludwig Wittgenstein, John Maynard Keynes o Piero Sraffa. Formó parte
también del famoso grupo de Bloomsbury, amigo de personas como Virginia
Woolf o Lytton Strachey. Cambridge en aquella época era, junto con
Viena, el lugar del mundo donde sucedía lo más relevante, académica y
culturalmente. Hay razones para pensar que, como el libro argumenta con
detalle, Ramsey era el pensador más respetado por Wittgenstein, una
persona que –como es sabido- no prodigaba los elogios y tendía a
sentirse incomprendido por casi todo el mundo, incluidos aquellos
pensadores que más respetaba, como Russell o Moore. Fue él, aunque
aparezca la firma de C.K. Ogden, el principal traductor del Tractatus, y
con el autor mantuvo apasionadas discusiones sobre el libro, cuando lo
visitó en las montañas austríacas, a las que Wittgenstein se había
retirado para enseñar a los niños como maestro. Ramsey había viajado a
Viena para psicoanalizarse con uno de los discípulos de Freud, y asistió
también a algunas de las reuniones del Círculo. O sea, estos dos genios
de comienzos de siglo estaban relacionadas entre sí: Wittgenstein
pertenecía a ambos mundos, que estaban interconectados. Poco después de
los veinte años, Ramsey tenía ya la posibilidad de incorporarse como
Fellow en el Trinity College, que era el College de los filósofos, pero
terminó incorporándose al King’s College, patrocinado por Keynes, en
donde estaba germinando buena parte de la teoría económica
contemporánea.
La
segunda dimensión a la que quiero referirme, muy bien reflejada en el
libro, es la relevancia y originalidad de las ideas de Ramsey, que en
los pocos años que vivió produjo algunos artículos que pueden
considerarse seminales en materias diversas como la lógica y las
matemáticas, la filosofía o la economía. El libro, por otra parte,
contiene breves explicaciones de la relevancia de estas contribuciones
escritas por reputados lógicos, matemáticos, filósofos y economistas
contemporáneos (por ejemplo Simon Blackburn, Partha Dasgupta, Ian
Rumfitt o Timothy Williamson). Veamos, a modo de ejemplo, algunas de
estas contribuciones.
En
lógica y matemáticas siguió trabajando en el programa logicista de
Frege, ahora acerca de las reflexiones del gran matemático David Hilbert
sobre el Entscheidungsproblem, el problema de la decisión, esto es, si
hay un modo de probar que cualquier oración particular en un sistema
formal es válida o verdadera. Tuvo noticia, poco antes de morir, de que
Gödel y Alan Turing habían demostrado que tal problema es insoluble
(vid. la explicación de Juliet Floyd en pp. 337-338). Pero le quedó
tiempo todavía para mostrar, en lo que se conoce como el teorema de
Ramsey, que en todo sistema aparentemente desordenado ha de haber algún
orden.
En
filosofía sus contribuciones han generado lo que el importante filósofo
Donald Davidson denominó el efecto Ramsey, es decir, el hecho de que
cuando un filósofo piensa haber hecho un descubrimiento filosófico
original y fecundo, se da cuenta de que ya fue presentado por Ramsey, y
de un modo más elegante. Veamos dos de estas contribuciones, que también
llevan su nombre, las oraciones de Ramsey y el test Ramsey para los
condicionales.
Las
oraciones de Ramsey (Ramsey sentences) consisten en un original
expediente para definir los términos teóricos, no observacionales, de
las teorías científicas (como electrón, por ejemplo, véase en el libro
la explicación de Stathis Psillos en pp. 396-397). El expediente
consiste en sustituir los nombres de dichas entidades por variables
ligadas mediante cuantificadores a predicados y relaciones que sólo
hacen referencia a entidades observacionales, conectados por los
símbolos no-lógicos. De este modo, se consigue la eliminación de las
entidades teóricas en la presentación axiomática. Una idea después
usada, con gran provecho, por Rudolf Carnap.
El
test Ramsey para los condicionales, que después ha sido usado
profusamente en el estudio de los condicionales indicativos y
subjuntivos5, se origina en una observación de Ramsey en 1929: «Si dos
personas están arguyendo “Si p, ¿entonces q?’ y ambos tienen dudas
acerca de p, ellos están añadiendo p a su stock de conocimiento, y
arguyendo sobre tal base acerca de q;… están fijando sus grados de
creencia en q dado p»6. De este modo es posible vadear la concepción
veritativo-funcional de los condicionales, asumida como condicional
material por la lógica, según la cual los condicionales con antecedentes
falsos son siempre verdaderos, dado que un condicional material sólo es
falso cuando el antecedente es verdadero y el consecuente falso. Sin
embargo, ello no da cuenta de por qué mientras nos parece aceptable el
condicional: «Si Oswald no mató a Kennedy, algún otro lo hizo’, nos
parece en cambio rechazable ‘Si Oswald no hubiese matado a Kennedy,
algún otro lo habría hecho»7.
Y
dos contribuciones capitales a la teoría económica. Una referida a la
tributación óptima en función de la sensibilidad de la demanda a los
precios (en el libro la explicación es de Robin Boadway, pp. 310-311).
Es intuitivo que, si quieres obtener 100 euros con impuestos sobre el
consumo, es mejor hacerlo cargando el impuesto a un producto cuya
demanda no variará mucho si aumenta el precio. Ramsey halló una fórmula
precisa para calcular qué magnitud del impuesto habría que gravar a cada
producto determinado y que, dicho de modo genérico, establece que el
impuesto ha de ser más alto cuanto menos sensible sea la demanda al
precio, cuán más inelástica sea la demanda. La otra fórmula,
absolutamente revolucionaria, tanto que pasó desapercibida por cuarenta
años (explicada por Partha Dasgupta en pp. 319-320), enunció el primer
modelo formal de crecimiento económico desde una perspectiva de
crecimiento óptimo. Adoptó una perspectiva utilitarista. Dada una
descripción adecuada de la tecnología, determinó la tasa de ahorro que
sería necesaria en cada momento para maximizar la utilidad
intertemporal. Es obvio que hay aquí un trade-off: si hoy no ahorramos,
no podemos invertir y, por lo tanto, sacrificamos el consumo futuro. Si
ahorramos mucho, sacrificamos el consumo presente. El óptimo está entre
medias de ambos extremos y responde a una fórmula precisa (que ahora
denominamos la «golden rule»). Además, Ramsey no quiso, como a menudo se
hace, descontar el futuro. La dificultad de ello es obvia: la suma de
utilidades sobre el futuro infinito es infinita, y entonces no podemos
comparar una alternativa con otra. Pero Ramsey halló un modo brillante
de hacerlo, sosteniendo que «descontar el futuro es una debilidad de la
imaginación». Y todo lo hizo en dos artículos con muy pocas páginas8.
La
última dimensión, también muy bien retratada en el libro, guarda
relación con la vida personal de Ramsey y el ambiente en el que se
desarrolló. Su familia era una familia piadosa y conservadora, pero la
vida del Moral Sciences Club y del grupo de Bloomsbury en los que Ramsey
se desenvolvía, era mucho más tolerante, mucho menos religiosa y,
escandalosa para aquellos cánones todavía victorianos. Se toleraban las
relaciones homosexuales, muchas parejas tenían relaciones abiertas, como
el propio Ramsey, que contrajo matrimonio con Lettice Cautley Baker,
del que nacieron dos hijas, Jane y Sarah; aunque ambos mantuvieron otras
relaciones durante su matrimonio. No eran, sin embargo, en absoluto
dogmáticos. Por ejemplo, aunque Ramsey se consideraba ateo, tuvo siempre
gran cariño por su hermano menor, muy religioso, Michael Ramsey, que
con el tiempo llegaría a ser arzobispo de Canterbury.
Tal
vez, su moralidad estuvo impregnada de las ideas contenidas en el libro
Principia Ethica de su colega E.G. Moore9, que consideraba que los
valores de la amistad y del goce intelectual y estético constituyen los
ideales de una vida humana digna de ser vivida10. Y estos fueron, me
parece, los valores últimos que guiaron a Ramsey.
(IV)
En Viena y en Cambridge, tuvo sus raíces la filosofía analítica. Es cierto que las personas que formaron parte de estas dos cunas, confiaban ampliamente en que el progreso humano y el bienestar vendrían fundamentalmente del desarrollo científico. Viena y Cambridge son dos manifestaciones de la Ilustración. Es cierto también que la mayoría de ellos desconfiaban de la razón práctica, no creían que en filosofía moral y en filosofía política podamos aspirar a algo como juicios objetivos11.Tal vez por ello, sufrió las objeciones de las diversas teorías críticas, que tendían a verla como la ideología de las sociedades capitalistas de mercado12.
Hoy
en día, tenemos buenas razones para ser algo más escépticos respecto de
lo primero y algo menos respecto de lo segundo. Sin embargo, sea como
fuere, y permítanme terminar con esta perplejidad, lo que no alcanzo a
comprender es por qué a una parte de nuestra intelectualidad crítica de
izquierdas (me refiero en los países latinos) les parece que es posible
obtener mayor inspiración de pensadores como Carl Schmitt o Martin
Heidegger, que de los vieneses y cantabrigenses aquí retratados.
Mientras la gran mayoría de ello, muchos judíos, estuvieron con las
víctimas y defendieron siempre ideales igualitarios, Schmitt y Heidegger
eran pensadores profundamente reaccionarios, comprometidos, al menos
durante un período del nazismo, con esta ideología aborrecible y
criminal, una ideología que, pasado el desastre, siempre se negaron a
condenar. Creo que es mejor quedarse con Russell, Moore, Wittgenstein,
Ramsey, Schlick, Carnap, Neurath y Popper.
1.
En 2019 se publicó una biografía filosófica de Frege que bien podría
añadirse a los dos libros que comento como complemento, Dale Jacquette,
Frege: A Philosophical Biography, Cambridge: Cambridge University Press,
2019. ↩
2. John Eidinow,
David Edmons, Wittgenestein’s Poker, New York: Harper Collins, 2001,
traducido al castellano por M. Morrás Ruiz-Falcó, El atizador de
Wittgenstein, Barcelona: Península, 2001. ↩
3. Willard van Orman Quine, «Two Dogmas of Empiricism», The Philosophical Review, 60 (1951): 20-43. ↩
4. Saul Kripke, Naming and Necessity, Oxford: Basil Blackwell, 1980. ↩
5.
Vd. por ejemplo Robert Stalnaker , «A Theory of Conditionals», en N.
Rescher (ed.), Sudies in Logical Theory, Oxford: Basil Blackwell, 1868,
98-112. ↩
6. Fran Ramsey,
«General Propositions and Causality». En F. P. Ramsey Philosophical
Papers, ed. D. H. Mellor. Cambridge: Cambridge University Press, 1990,
p.247. ↩
7. Vd. E.W. Adams, «Subjunctive and Indicative Conditionals», Foundations of Language, 6 (1970): 89–94. ↩
8.
Vd. Frank Ramsey, «A Contribution to the Theory of Taxation», The
Economic Journal, 38/153 81927): 47-61 y «A Matehmatical Theory of
Saving». The Economic Journal, 38/152 (1928): 543-559. Las perspicuas
explicaciones de estas dos contribuciones me las envió, en una
conversación por email sobre el libro, el brillante economista,
catedrático emérito en mi Universidad, Andreu Mas-Colell. Yo sólo las he
traducido del catalán al castellano, le quedo enormemente agradecido
por ello. ↩
9. G.E. Moore, Principia Ethica, Cambridge: Cambridge University Press, 1903. ↩
10.
Una buena explicación de la influencia del libro en la vida personal de
este grupo de intelectuales vinculados a Cambridge, y en especial en la
trayectoria de Keynes, se halla en la biografía canónica sobre el gran
economista, Robert Skidelsky, John Maynard Keynes: Economist,
Philosopher, Statesman, London: Penguin, 2013. ↩
11.
El locus classicus de dicha posición se halla en el cap. VI del libro
de Alfred Julius Ayer, un filósofo ingles, que también visitó Viena y
que popularizó las ideas del Círculo, Language, Truth and Logic,
Harmondsworth, Middlesex: Penguin Books, 1936 1 ed., 1971. ↩
12. Paradigmáticamente Herbert Marcuse, One-Dimensional Man, Boston: Beacon, 1964. ↩
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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