A vida social e os intercâmbios econômicos foram reduzidos a algo que já
não é civilização, lamenta Álvaro Vargas Llosa, em artigo publicado
pelo Instituto Independiente:
Así tituló un libro Reinaldo Arenas, el notable novelista cubano.
Esas ocho sílabas me asaltan al ver que el cuarenta por ciento de la
humanidad está encerrado y el resto no es mucho más libre, y que la vida
social y los intercambios económicos han sido reducidos a algo que ya
no es civilización. Independientemente de si piensa que todo esto era
indispensable, las cosas no andan bien entre usted y yo si usted no
añora el mundo de ayer.
Si usted no experimenta cierta repulsión al ver gente insultando
desde sus balcones a transeúntes que sin violar el distanciamiento
social salen un momento para ser libres en países que todavía no han
cerrado esa puertecita, usted y yo no somos el mismo.
Si usted no siente más turbación que antes, y una nostalgia aguda,
mirando «El beso» de Klimt (cuya muerte en 1918 algunos atribuyen a la
«gripe española»), usted y yo no estamos hechos de la misma madera.
Si usted no ha despertado en mitad de la noche con imágenes de «El
ángel exterminador», la obra maestra de Buñuel, ese encierro en el que
la vida civilizada se desliza paulatinamente hacia el salvajismo animal,
usted y yo no soñamos igual. Si, viendo noticias y anticipándose a lo
que vendrá, su cabeza no ha recibido la visita de ciertos pasajes de «El
beso de la mujer araña», la novela de Manuel Puig en la que el
homosexual seduce al guerrillero contándole películas para ir venciendo
el encierro de la cárcel y liberando la sensibilidad que su compañero de
celda lleva aprisionada detrás de su apariencia gélidamente ideológica,
usted y yo tenemos un sistema muy distinto de asociaciones entre
realidad y ficción. Si usted, desde su cuarentena sin fecha de
caducidad, no ha revivido mentalmente la escena de «One Flew Over the
Cuckoo’s Nest» en la que Bromden asfixia a McMurphy, que tanto había
hecho para que los internos derrotaran el encierro del hospital
psiquiátrico, librándolo con ello de la opresión de aquel confinamiento
que llegó a lobotomizarlo para someterlo, usted y yo no nos entenderemos
nunca.
Si usted, esté o no de acuerdo con las medidas que adoptan nuestros
Estados, ha ninguneado con un simple «hagamos lo que haya que hacer y
luego ya veremos» el hecho de que Washington, que había aumentado de 2,9
billones a 4,5 billones de dólares su gasto en los últimos doce años,
vaya ahora a gastar otros 2 billones de dinero que no tiene, o la
noticia de que el Banco Central Europeo creará 1,3 billones de euros de
dinero artificial y el deficitario Gobierno de España empleará, contra
el virus económico, otro 10 por ciento del PIB (sin contar lo que, junto
a otros del «sur», le pide al norte de Europa), es que usted y yo
tenemos una idea diametralmente opuesta de cómo se crea y se destruye la
riqueza, y una lectura contrapuesta de las consecuencias que para la
propiedad privada y la libertad tienen estos brutales ímpetus monetarios
y fiscales.
Sólo quería decirle que tengo necesidad de libertad.
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