Mary Anastasia O'Grady,
colunista da Wall Street Journal, chama a atenção para dois fatos:
enquanto a direita aceita a derrota nas urnas na Argentina, no Chile o
extremismo de esquerda se rebela contra um governo eleito
democraticamente:
Al momento de
escribir estas líneas era muy temprano para saber quién sería el ganador
de las elecciones en Argentina. Pero muchos esperaban que el peronista
Alberto Fernández y su compañera de fórmula, la ex presidenta Cristina
Kirchner, le ganaran al candidato oficialista de centro-derecha,
Mauricio Macri.
Los resultados de las
primarias en agosto indicaban que los votantes culpaban al gobierno de
Macri por la inflación alta, el creciente costo de los servicios
públicos y un crecimiento económico anémico. Aún así, una victoria del
dúo Fernández-Kirchner implica un retorno al populismo de izquierda que
desde hace mucho ha socavado los estándares de vida de los argentinos.
El gobierno de Kirchner (2007-2015) fue notoriamente corrupto y utilizó
su poder para negar el debido proceso a sus enemigos políticos.
Macri cometió muchos
errores, pero apuntaba a conformar una economía más orientada hacia el
mercado y a restaurar el Estado de Derecho. Su derrota podría resultar
ser una mala noticia para los millones de argentinos que anhelan más
libertad.
Aún así, nadie espera
que la centro-derecha argentina, si es que pierde, vaya por las calles
arrasando con todo, quemando autos, saqueando, bloqueando las vías y
destruyendo el transporte público. Ese tipo de política es la
especialidad de la izquierda. Lo hemos visto este mes en Chile, donde
unos terroristas de izquierda atacaron violentamente Santiago y otras
ciudades a lo largo del país.
Esto sucedió en un
país que ha visto caer la tasa de pobreza por debajo del 9% desde 68% en
1990, como reportó el diario La Tercera. La desigualdad de ingreso
también ha estado cayendo.
Todavía hay mucho
trabajo por hacer. Pero las sociedades civilizadas determinan estas
cuestiones en las urnas y a través de instituciones independientes, no
con bombas de fuego. Entonces, ¿por qué está el presidente elegido
democráticamente Sebastián Piñera luchando con poco respaldo de los
“demócratas” en la prensa, la academia y la política, luego de semanas
de violencia en las calles de la capital? Este es un doble estándar que
merece nuestra atención.
La insurgencia en
Chile empezó el 7 de octubre cuando unos grupos de estudiantes en
Santiago se saltaron los torniquetes del metro para manifestarse en
contra del alza del costo del pasaje. Durante los días posteriores,
protestas pacíficas e incidentes ilícitos se esparcieron a lo largo del
país. El día sábado, más de un millón de manifestantes se volcaron a las
calles de Santiago para expresar sus reclamos —desde el alto costo de
la vida hasta la desigualdad de ingresos y el cambio climático, según
fue reportado.
Es poco probable que
los ojos del mundo hubiesen estado puestos en Chile sino fuera por los
perpetradores de la violencia, quienes se aprovecharon del momento para
causar estragos y demandar una nueva constitución. Las estaciones de
metro fueron destruidas y supermercados y otras tiendas fueron saqueados
y quemados. Alrededor de 18 personas murieron, la mayoría de ellas
atrapadas en los incendios durante los saqueos.
Piñera se vio forzado
a declarar un estado de emergencia y a enviar a las Fuerzas Armadas a
las calles para proteger la propiedad y la vida de las personas. Pero la
empatía no es el fuerte del presidente, y en ausencia de un equipo
efectivo de comunicación la narrativa está ahora siendo controlada por
sus adversarios.
El gobierno central
ya subsidia casi la mitad del costo del transporte público en Santiago.
Además, el costo del pasaje para los estudiantes no subió. La comisión
independiente encargada de fijar el precio del pasaje anunció un
incremento de 3,75% para los pasajeros del metro en horas pico; el costo
del pasaje para aquellos que se trasladaban en horas no pico estaba
siendo reducido.
Los aumentos de los
pasajes nunca son populares. Pero la izquierda radical ha pasado años
sembrando el socialismo en la mente de los chilenos a través de las
escuelas secundarias, las universidades, la prensa y la política.
Incluso conforme el
país se ha enriquecido mucho más que cualquiera de sus vecinos mediante
la protección de la propiedad privada, la competencia y el Estado de
Derecho, los chilenos se marinan en propaganda anti-capitalista. Los
“millennials” que se lanzaron a las calles a promover la lucha de clases
reflejan esa influencia.
La derecha chilena,
en gran medida, ha abandonado su obligación de participar en la batalla
de las ideas que se da en la plaza pública. Piñera no es liberal en lo
económico y no ha hecho intento alguno por defender la moralidad de los
mercados. Ni siquiera ha revertido las políticas de su antecesora, la
socialista Michelle Bachelet. A los chilenos se les está martillando un
lado de la historia en la cabeza. Conforme mejora la calidad de vida,
también aumentan las expectativas. Cuando la realidad se queda corta
frente a ellas, el terreno está listo para ser cosechado por los
socialistas.
La violencia tiene
otra explicación. Atribuirle esto a la espontaneidad requiere la
suspensión del escepticismo. Como un agente de inteligencia en la región
me dijo el viernes: “Se requiere mucho dinero para mover esta cantidad
de personas e involucrarlas en este nivel de violencia”. Los aparatos
explosivos que utilizaron, me dijo, eran “mucho más sofisticados que los
cócteles molotov”.
Se sospecha que
subversivos extranjeros jugaron un rol esencial, siendo Cuba y Venezuela
los principales sospechosos. El Foro de São Paulo, un grupo de
socialistas radicales creado por Fidel Castro en 1990 luego de la caída
del Muro de Berlín, promueve esta radicalización.
La lista exacta de
agresores no la conocemos. Pero Chile ha sido golpeado por un enemigo
bien organizado que pretende derrocar al gobierno democrático. Eso es
algo que debería preocupar a todas las sociedades libres de la región.
Este artículo fue publicado originalmente en The Wall Street Journal (EE.UU.) el 29 de octubre de 2019.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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