Em artigo publicado pelo Instituto Cato,
Axel Kaiser comenta a coerência dos esquerdistas quando se trata de um
dos seus envolvidos em corrupção - vide exemplo de Lula:
Siempre ha habido una rara y chocante coherencia en sectores de la
izquierda cuando se trata de defender a los suyos en casos de corrupción
—como da cuenta el proceso de Lula da Silva— y también una
desconcertante complicidad y apoyo a dictadores de su línea del tipo de
Castro y Chávez. La explicación a este curioso y a la vez perverso
fenómeno es que el socialismo, a diferencia de la social democracia
genuina, es una doctrina religiosa que santifica a sus promotores en
virtud de la mera adscripción a la causa que representan.
Quienes fueron socialistas marxistas y no lograron superar del todo
el mesianismo de esa ideología están convencidos de que el mundo es un
lugar contaminado por el pecado burgués, un conjunto de opresiones y
discriminaciones visibles e invisibles que han relegado a vastos
segmentos de la población al sufrimiento. Su causa es, por tanto,
humanista en el sentido abstracto de la palabra y consiste en la
liberación de esos oprimidos en tanto grupo también abstracto.
En otras palabras, los socialistas no se preocupan por individuos
pobres u oprimidos de carne y hueso específicos, pues, si lo hicieran,
tendrían que ayudarlos directamente a aliviar su dolor. Al reemplazar a
las personas concretas por una causa teórica como la de ‘los oprimidos’,
no tienen que ejercer la solidaridad, sino hacerse del poder político
que les permita cambiar ese mundo injusto. Ese fin es tan grandioso, que
no hay costo lo suficientemente elevado para alcanzarlo. De ahí que la
izquierda tenga, hasta hoy, serios problemas con condenar a sus
genocidas. Y es que, en el fondo, sienten que todas esas muertes no son
nada cuando se comparan con lo glorioso de la causa a la que sirvieron.
Del mismo modo, no les importa que la supuesta liberación que dicen
conseguir se convierta en esclavitud, ya que, en tanto sean ellos los
que sostienen las cadenas, estas serán instrumentos al servicio de la
humanidad. Por lo mismo deben no solo tener el poder, sino todos los
lujos y riquezas que alguna vez denunciaron, pues también estos, si se
encuentran en sus manos, sirven no al capitalista explotador, sino al
justiciero transformador que los requiere para llevar a cabo su noble
misión. Ello explica que no les moleste que, mientras el pueblo se moría
de hambre, Castro y Chávez hayan vivido como multimillonarios, menos
aun que su fortuna haya sido producto del crimen y del robo y que, al
mismo tiempo, detesten al empresario privado. Esta perversión de la
lógica tan típica del socialismo es la que también les permite
justificar su corrupción de manera tan descarada.
Después de todo, piensan, si no ejercemos el poder nosotros, lo
dejamos a los que son malignos en serio. Y si para evitar eso resulta
necesario robar, pues entonces, por el bien del pueblo, hay que hacerlo.
La derecha, por supuesto, también cae en corrupción, pero nunca muestra
sentirse casi orgullosa de ella. Difícilmente se verá en un
expresidente electo de derecha condenado una defensa del tipo de la que
la izquierda hizo con Lula da Silva. Y es que la derecha, a diferencia
de la izquierda, nunca ha abrazado una causa que sea capaz de
glorificarse a sí misma y, por tanto, no ha estado siquiera cerca de
invertir las categorías de bien y mal al punto de sentirse santificada
al matar o robar.
Este artículo fue publicado originalmente en El Mercurio (Chile) el 17 de septiembre de 2019.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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