Por que são necessárias
dezenas de entidades latino-americanas, se nenhuma delas cumpre o que
foi acordado? Artigo de Jorge Riopedre, publicado no Blog de Montaner:
Estados Unidos lo ha
probado casi todo con el fin de lograr una integración hemisférica.
Integrar países con diversas formas de vida nunca ha sido fácil.
Napoleón lo intentó sin éxito, fue uno de los primeros en proponer un
código legal europeo; moneda común; pesas y medidas; y un sólo pueblo
con la capital en París. Tomó un par de siglos y varias guerras llegar a
lo que es hoy la Unión Europea, una entidad geopolítica formada por 28
países tras la disolución de la Unión Soviética.
Simón Bolívar propuso
su propio plan de integración hemisférica en 1822, la Gran Colombia,
que intentó concretar sin éxito en el Congreso de Panamá en 1826.
Simultáneamente en 1823, Estados Unidos elaboró su propio plan de
integración en torno a la Doctrina Monroe y convocó a una reunión
continental llamada Primera Conferencia Internacional Americana. Desde
entonces, los proyectos integracionistas siguen la pauta bolivariana o
el modelo panamericano. El primero busca la unidad de Hispanoamérica, el
segundo busca la unidad de todo el hemisferio.
El modelo bolivariano
cree ver un proyecto hegemónico en el modelo panamericano de Estados
Unidos, mientras que el modelo panamericano caracterizado por el Área
de Libre Comercio de las Américas (ALCA), cree ver en el esquema
bolivariano males tradicionales como exceso de regulaciones,
ineficiencia y corrupción. Como es sabido, la fórmula para lograr una
integración económica primero y una integración política después, se
vino abajo en la IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata, Argentina.
Esto dio lugar a que Estados Unidos optara por hacer acuerdos
individuales con gobiernos hispanoamericanos.
Nada de esto es
nuevo, pero en mis reportajes para Radio y Televisión Martí me vi
obligado a revisar el precedente histórico así como la cronología de una
relación compleja entre el norte y el sur del hemisferio. En cierto
momento comencé a poner en duda el móvil de aquellas Cumbres. No era yo
el único perplejo, otros colegas no tardaron en observar que aquellos
encuentros no eran otra cosa que turismo político financiado por la
política exterior de España. Una explicación necesaria, sin duda, para
entender el trasfondo de este foro, pero no suficiente para explicar
cuál puede ser el propósito lógico de 26 Cumbres Iberoamericanas, más de
un cuarto de siglo, acumulando acuerdos que no se cumplen en su
mayoría. A partir de esta interrogante me di a la tarea de buscar una
explicación implícita en el comportamiento cultural de la región, en
lugar de investigar los intereses individuales de sus miembros.
Tras consultar lo que
algunos especialistas han escrito directa o indirectamente sobre el
tema, (Edward Sapir, 1921; Morris Opler, 1946; Margaret Mead, 1951;
Edmund Glenn, 1982; Jorge Mañach, 1991), he llegado a la conclusión de
que en Hispanoamérica predomina lo verbal sobre lo real. Es más fácil
tomar decisiones verbales que poner a prueba con hechos los resultados
reales al elegir entre opciones diversas. Así entendido, las Cumbres se
deslizan por un laberinto dialéctico al que le basta solucionar los
problemas verbalmente. Por ejemplo, la cháchara revolucionaria de Hugo
Chávez y Nicolás Maduro sólo ha traído a Venezuela hambre y
desesperación; otro tanto han dejado en sus respectivos países Néstor
Kirchner, Lula da Silva, Rafael Correa, Evo Morales, Daniel Ortega; ni
que decir tiene el lamentable escenario de varios presidentes presos en
Perú, otros en El Salvador, Honduras, Panamá y Guatemala. Sin embargo,
poco o nada es comparable con la predicción del Ché Guevara en 1960 de
una Cuba autosuficiente en acero, o la insensatez de Fidel Castro con la
siembra de café en el llamado Cordón de La Habana; la Zafra de los 10
Millones; la vaca Ubre Blanca y tantos otros proyectos que respondían a
un mecanismo cultural sospechosamente bipolar. Esto es, aprobar los
planes verbalmente, desencadenar un entusiasmo transitorio, dar por
hecho lo que no se hizo, y repetir de inmediato la idílica retórica de
nuevos proyectos irracionales o inalcanzables. Mañach pensaba que
nuestra mentalidad media carece del sentido de profundidad, “Vemos las
cosas en contornos más que en relieve. Las implicaciones más hondas, los
alcances más lejanos, se nos escapan casi siempre”.
La evidencia verbal,
afirma el profesor emérito de economía, Peter Bawer, también delata la
pérdida de contacto con la realidad: “El desprecio por la realidad
promueve la erosión del lenguaje. Llamar democracia a un país donde
impera una tiranía o presidente a quien no es más que un dictador es una
regresión a la barbarie”.
Octavio Paz añade otra dimensión al desprecio de la realidad por la existencia:
“Con el lenguaje
levantamos una muralla para aislarnos del mundo exterior, acentuando en
cada palabra nuestro más profundos temores, con la infantil esperanza de
mantener a raya nuestra neurosis histórica”. Ahora bien, esta no es una
dolencia exclusiva de Hispanoamérica; todos los pueblos padecen de
algún trastorno histórico. La constante pesadilla de la esclavitud no
deja vivir en paz a Estados Unidos. El fantasma de la Leyenda Negra
persigue a España por todas partes. El Holocausto golpea constantemente
la conciencia colectiva de Alemania. ¿Cuál puede ser la diferencia? Que
mientras Hispanoamérica no puede recomponer su personalidad quebrada
Estados Unidos, España y Alemania conservan su personalidad intacta.
Expían un pecado, sí, pero mantienen vivo el hilo conductor de la
coherencia nacional.
He aquí un ejemplo.
Como al parecer la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) ha perdido
credibilidad, varios de los países miembros han creado un nuevo foro
para el Progreso y Desarrollo de América Latina (PROSUR), lo que ha
llevado al diario The New York Times (marzo 29, 2019), a publicar un
artículo titulado, Prosur y el mito de la integración latinoamericana.
“Contar con un foro político que convoque a los países a debatir temas
más allá de los económicos y comerciales, tiene sentido. Pero, ¿para qué
son necesarios una docena de ellos (Aladi, Alba, Alianza del Pacífico,
Caricom, Celac, Comunidad Andina, Grupo de Lima, Mercosur, Parlatino,
Sistema de Integración Centroamericano, Unasur y ahora Prosur)?”
La respuesta a esta
pregunta debe buscarse en la cultura de la región, no en los personajes
que la representan. Son los pueblos, no los individuos, los que forjan
sus propias desgracias.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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