Em artigo publicado pelo Instituto Cato,
o professor Carlos Rodríguez Braun contesta a ideia de que há uma
divinização do mercado, já que o Estado nunca foi tão grande e tão forte
nem interveio tanto no mercado:
Juan José Tamayo se preguntó dramáticamente en El País:
“¿Ha muerto Dios?”. El teólogo cree que en parte se ha hecho realidad
el anuncio de Nietzsche, no solo porque “se está produciendo un avance
de la increencia religiosa en nuestras sociedades secularizadas y se
cierne por doquier la ausencia de Dios”. Hay algo más, porque asistimos a
diferentes metamorfosis de Dios, y pone tres ejemplos: el mercado, el
patriarcado y el fundamentalismo. Sólo abordaré hoy el primero de ellos.
Según este destacado profesor, el mercado se ha convertido en una religión monoteísta, nada menos. Así lo explica:
Tocar el capitalismo o simplemente mencionarlo es como tocar o cuestionar los valores más sagrados. El neoliberalismo se configura como un sistema rígido de creencias y funciona como religión del Dios-Mercado, que suplanta al Dios de las religiones monoteístas. Es un Dios celoso que no admite rival, proclama que fuera del Mercado no hay salvación y se apropia de los atributos del Dios de la teodicea: omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia y providencia. El Dios-Mercado exige el sacrificio de seres humanos y de la naturaleza y ordena matar a cuantos se resistan a darle culto.
Desde las Sagradas
Escrituras con el relato del becerro del oro hasta palabras recientes
del Papa Francisco, existe una larga tradición de condena religiosa a la
divinización del dinero. Dicha condena es más que pertinente, porque
sólo debemos adorar a Dios. Y a nadie más, ni a nada más.
Ahora bien: ¿avala
esto el argumento de Tamayo? En absoluto, porque si la religión censura
la idolatría del dinero, lo debe hacer en todos los casos. Sería absurdo
que condenase que usted valore su propio dinero y en cambio aplaudiese
que otra persona — un ladrón, un estafador, un poderoso — aprecie tanto
su dinero de usted que se lo arrebate por la fuerza. Esto último sería
un doble pecado, puesto que violaría dos Mandamientos: el primero y el
séptimo.
Entonces, lo
deficiente del análisis de Tamayo no es que reproche la adoración de
falsos ídolos, que siempre es acertado reprochar, sino el diagnóstico
que hace de la situación real. No puede ser verdad que el mercado esté
divinizado en nuestra época, porque nunca en la historia el Estado ha
sido tan grande, y nunca ha intervenido tanto y tan profundamente en los
mercados, es decir, en las decisiones libres de las mujeres y los
hombres a la hora de decidir qué hacen con lo que es suyo.
El razonamiento de
don Juan José se ajusta mejor al intervencionismo que al capitalismo
liberal. En efecto, el intervencionismo sí que pretende ser omnisciente y
omnipresente, sí que es un sistema rígido de creencias que funciona
como una religión. La prueba de ello es, precisamente, la hostilidad de
la política moderna contra el cristianismo, hostilidad que se refleja en
los medios de comunicación, como el periódico donde escribe el propio
Tamayo: cuando los Estados, por ejemplo, promueven el aborto, lo hacen
desde la arrogante posición que Tamayo atribuye falazmente al
liberalismo. Desde esa misma soberbia la política moderna ha extraído de
los bolsillos de los ciudadanos más dinero que nunca antes, y encima
alegando que lo hace por el bien de ellos. ¿De qué omnipotente mercado
neoliberal nos habla Tamayo?
Y hablando de hablar,
es interesante que don Juan José despotrique contra el capitalismo y no
diga nada del anticapitalismo. ¿Es que no hay suficiente evidencia para
él? Insiste en el “sacrificio de seres humanos” y en la “violencia
estructural del sistema”. Pero no pronuncia ni una sola palabra sobre
los sacrificios sufridos por y la violencia perpetrada contra los seres
humanos por los enemigos del capitalismo y el mercado.
Este artículo fue publicado originalmente en Actuall (España) el 8 de mayo de 2019.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
Nenhum comentário:
Postar um comentário