O professor Carlos Rodríguez Braun sustenta, em artigo publicado pelo Instituto Cato, que é uma falácia justificar um sistema político por seus objetivos e metas, ignorando os meios e resultados:
Mientras aguardamos el incierto desenlace del más reciente fracaso
socialista, el de Venezuela, podemos reflexionar sobre una antigua
barbaridad perpetrada por el pensamiento único: equiparar comunismo y
capitalismo. Son apenas dos opciones para asignar recursos, aseveraron
economistas neoclásicos, algunos tan destacados como Samuelson. Muchos
biempensantes alegaron que se trata de sistemas análogos que deben ser
rechazados por igual.
Cuando cayó el Muro de Berlín, Federico Mayor Zaragoza, aquel hombre
en el que tanto confiaba Francisco Franco, advirtió: “Se ha hundido un
sistema que, basado en la igualdad, se olvidó de la libertad. Ahora, si
no cambia radicalmente, se hundirá un sistema que, basado en la
libertad, se ha olvidado de la igualdad. Y de la justicia”.
El razonamiento no se tiene en pie, empezando porque presupone que el
socialismo se basa en la igualdad, cuando arrasa con ella; es como si
el señor Mayor Zaragoza se limitara a creer que es verdad lo que los
socialistas dicen que es verdad. Pero después distorsiona totalmente el
capitalismo, cuya base es la igualdad ante la ley, es decir, la única
igualdad compatible con la libertad. E incluso, ya rizando el rizo,
añade que el capitalismo se ha olvidado de la justicia, como si fuera
una característica sobresaliente del socialismo su defensa de la misma.
Es decir, se retuerce la realidad, para que se ajuste a los
prejuicios dominantes entre la corrección política, y en esos enjuagues
el asombroso resultado es que el comunismo nunca queda todo lo mal que
debería quedar. Y se impone la increíble regla de juzgar al socialismo
siempre por sus mejores objetivos, y al capitalismo siempre por sus
peores resultados.
Gero von Randow, en su libro sobre las revoluciones que comenté hace un tiempo en este rincón de Expansión
se pregunta por qué continúa tan extendido y ponderado el culto al
socialismo real y no al fascismo: “porque, pese a todo, pese a los
crímenes contra la humanidad de los revolucionarios comunistas y pese a
todo lo que surgió de la fundación de sus Estados, su movimiento había
nacido para luchar por la dignidad del ser humano. Por el mismo motivo,
hoy en Francia hay estatuas, decoraciones de salones y atriles que
recuerdan la gran revolución de 1789, a pesar de que esta desembocó en
el Terror y después en un emperador imperialista. A diferencia de la
revolución rusa, la revolución francesa fue el atronador preludio de un
proceso que desembocó en las democracias europeas”. La falacia y la
contradicción son palpables: es falaz justificar un sistema político por
sus metas, ignorando sus medios y sus resultados; más aún, ignorando
que no están desvinculados. Es como decir: el objetivo era curarles el
dolor de cabeza, el remedio fue la guillotina y, vaya, se murieron.
Este artículo fue publicado originalmente en Expansión (España) el 29 de enero de 2019.
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