Artigo de Alberto
Benegas Lynch (h) relembra o livro de Henry Hazlitt, que disseca,
didaticamente, as principais questões da economia:
Este es el
best-seller de uno de los tantos libros escritos por Henry Hazlitt, un
autor sumamente prolífico y notablemente didáctico. Sus obras más
conocidas, además de La economía en una lección que se ha traducido a
varios idiomas con abultadas y reiteradas ediciones (la última en
castellano por Unión Editorial de Madrid) se destacan Fundamentos de la
moralidad traducida al castellano por el argentino Centro de Estudios
sobre la Libertad junto con la Fundación de la Bolsa de Comercio de
Buenos Aires y Los errores de la “nueva” economía traducida por la
española Ediciones Aguilar, donde este autor estudia y critica línea por
línea el trabajo más conocido de Keynes.
Hazlitt fue el
predecesor de Milton Friedman en sus colaboraciones semanales durante
años en Newsweek, también publicaba regularmente en el Wall Street
Journal y fue miembro del Consejo Editorial de The New York Times,
asimismo fue cofundador de la Mont Pelerin Society y enseñó en centros
educativos estadounidenses, latinoamericanos y europeos. En oportunidad
de sus 70 años fue agasajado por reconocidos profesores y periodistas en
el New York University Club, ocasión en la que enfatizó el peligro del
“crecimiento canceroso en el poder del estado”. Visitó Buenos Aires
invitado por mi padre en 1960 donde pronunció conferencias en diversos
foros las cuales tuvieron amplia repercusión en medios locales.
En esta oportunidad
nos concentraremos en la primera de las obras mencionadas e insertas en
el título de esta nota periodística. Es un libro escrito para todo
público (por eso fue best-seller en varias lenguas) pero con recetas
mucho más fértiles que buena parte de los mamotretos incoherentes
fabricados por supuestos economistas. Abre el libro aseverando que “la
economía se halla asediada por mayor número de sofismas que cualquier
otra disciplina cultivada por el hombre”. En el libro de marras Hazlitt
pasa revista a las falacias más comunes generalmente desarrolladas por
economistas profesionales que han mamado conceptos absurdos y
contradictorios que mucho daño hacen a la gente, especialmente a los más
necesitados.
Comienza por subrayar
la importancia de mirar no solo lo que se ve a primera vista sino todos
los efectos que en definitiva tienen lugar, evitando así escindirlos
del análisis. Por ejemplo, la redistribución de ingresos: si se
circunscribe el análisis a los beneficios que recibe el redistribuido no
se verán los efectos negativos que se generan debido a los cambios en
la asignación de los siempre escasos factores de producción que al
desviarse de lo eficiente produce contracción en los salarios de todos.
Se ven las instalaciones fastuosas de esta o aquella empresa estatal
pero no se ven las abstenciones en la adquisición de otros bienes y
servicios deseados por la comunidad al establecerse y como no se puede
hacer todo al mismo tiempo, la alteración en las prioridades perjudica a
los consumidores y reduce sus niveles de vida.
Estudia con
detenimiento la falacia de que las obras públicas estimulan el empleo
sin ver que hay un desvío fatal desde el sector privado al público con
lo que se impone compulsivamente trabajo en el área del aparato estatal
en detrimento de lo requerido en el mercado. Explica los graves
inconvenientes de los créditos gubernamentales con dineros de la gente,
los cuales se otorgan en condiciones que nunca hubiera concedido la
banca privada, situación que resulta antieconómica, es decir, se
equivale a consumo de capital.
Alude a la inflación
como un impuesto del que se hacen cargo principalmente los relativamente
más pobres debido al impacto que reciben sobre sus magros ingresos y
muestra la exclusiva responsabilidad de los aparatos estatales en esta
maniobra fraudulenta a pesar de que los gobiernos intentan distraer la
atención del foco del mal sobre las espaldas de los comerciantes que se
ven obligados a elevar precios en términos nominales debido a la
degradación del signo monetario.
Se refiere a la
trascendencia del ahorro como ingreso no consumido destinado siempre a
la inversión, lo cual permite incrementar la productividad y así
consumir más y mejor. Esto lo contrasta con la falacia de anteponer el
consumo como si fuera la panacea sin percatarse del principio elemental
que no resulta posible consumir lo que no se produce y la producción
depende de las tasas de inversión.
Dedica mucho espacio a
la consideración del significado del sistema de precios como elemento
coordinador indispensable para conocer que es lo que necesita la gente
lo cual pone en evidencia con sus compras y abstenciones de comprar. Si
luego de realizadas las consiguientes operaciones el gobierno establece
precios, todas las previas indicaciones naturalmente se distorsionan
con lo que el uso de recursos se aparta de los cometidos que habían sido
indicados por los consumidores con lo que se genera desperdicio de
recursos con el consiguiente deterioro en la situación de la gente. Se
refiere a los reiterados fracasos de tales políticas y se sorprende que
se sigan adoptando.
Pone al descubierto
el sofisma referido a la supuesta importancia de exportar al tiempo que
se restringen las importaciones sin percibir que lo primero es el costo
en que debe incurrirse para lograr lo segundo, del mismo modo que
nuestras ventas constituyen nuestros costos para poder adquirir lo que
necesitamos. Si previamente no vendemos bienes o servicios no podremos
comprar lo que requerimos. En un proceso libre el balance de pagos
siempre se encuentra equilibrado puesto que si las exportaciones son
menores a las importaciones la diferencia se financia con ingreso de
capital. Para que esto pueda funcionar es menester que opere un tipo de
cambio libre y no sujeto a las manipulaciones burocráticas que
necesariamente distorsionan el comercio exterior.
En un capítulo
titulado “El odio a la máquina”, nuestro autor señala las falacias
implícitas en el argumento que sostiene que la tecnología produce
desempleo en lugar de sostener que libra recursos humanos y materiales
al efecto de poder encarar otras necesidades, lo cual no podía hacerse
antes de la introducción de la nueva tecnología precisamente porque
estaban esterilizados en las faenas que ahora ayuda a producir la
máquina. Y debe tenerse presente que no hay tal cosa como transiciones
especiales en este contexto puesto que todo el proceso económico las
transiciones son permanentes: cada uno de los comerciantes y sus
empleados están permanentemente considerando cambios para mejorar y cada
uno de esos cambios se traducen en transiciones. Para ilustrar la idea
Hazlitt se refiere al caso del invento de las máquinas para el hilado
de algodón, tarea que antes se realizaba manualmente, sin embargo los
hiladores manuales se ubicaron en otros trabajos y si hoy se liquidaran
aquellas maquinarias no habría más empleo sino una caída en los salarios
reales (del mismo modo que no es más productivo pescar a los cascotazos
en lugar de hacerlo con una red de pescar).
En otra de las
jugosas secciones del libro elabora sobre el rol de los beneficios y
concluye que es fundamental como incentivo para la producción al efecto
de que el comerciante los reciba si se adapta a los reclamos de sus
congéneres y que incurra en quebrantos si se equivoca en sus decisiones.
La cuantía de los mencionados beneficios depende de lo que los
consumidores estimen conveniente, por ello es que resultan tan
destructivos los impuestos a las ganancias en lugar de mantener la carga
fiscal lo más neutra posible a las decisiones del mercado, es decir,
de la gente.
Con una pluma directa
y simple, el autor de este pequeño gran libro dirige su mirada al
significado del progreso. Se trata de minimizar costos inútiles no de
pretender un sistema perfecto, nada está al alcance de la perfección en
el mundo terreno, como queda dicho, se trata de no poner palos en las
ruedas y eso es precisamente lo que hacen los megalómanos, es decir, los
que desde el poder consideran que poseen condiciones muy superiores al
resto de los mortales, en otros términos los arrogantes y soberbios que
con su entremetimiento en arreglos contractuales privados echan a perder
todo la delicada e importante coordinación y con su tremenda ofuscación
y ceguera generan miseria con sus siempre discursos altisonantes y
guarangos en el sentido orteguiano de la expresión. Entonces Hazlitt
observa el progreso como un proceso provocado por ámbitos abiertos en
los que la creatividad desempeña un rol crucial y las mejoras en
ingresos en términos reales con externalidades positivas que se deben a
las tasas de capitalización que generan otros no como una consecuencia
buscada sino al buscar la mejora personal de quienes hacen posible esas
crecientes tasas. Cada uno persiguiendo su interés personal, en paz y en
libertad hacen posible la mejora del prójimo puesto que para progresar
deben satisfacer los intereses de terceros.
Cierro esta nota con
una noticia que pone al descubierto el peligro de insistir por la senda
estatista: el caso griego del que me ocupé en mi última columna semanal
pero que ahora menciono desde otro ángulo. El nuevo ministro de
finanzas –Yanis Varoufakis, declarado marxista- afirma que su país “está
quebrado y es insolvente”, lenguaje que asusta a sus colegas de
Bruselas y al FMI pero que es absolutamente correcto; el problema es que
las medidas que se anuncian empeorarán en mucho la situación por más
que se haya logrado extender el programa de ayuda. La situación actual
está bien reflejada en el diseño lúgubre de un supuesto billete del euro
fabricado por Stefanos. (Instituto Independiente).
BLOG ORLANDO TAMBOSI
Nenhum comentário:
Postar um comentário