A próxima segunda-feira,
dia 9 de outubro, marca os 50 anos da morte do guerrilheiro Chê
Guevara, um assassino frio e cruel. A propósito, Ian Vásquez escreve, em
texto publicado pelo Instituto Cato, sobre a crueldade e intolerância extremas desse mito monstruoso:
El próximo lunes
marca el aniversario 50 de la muerte de Ernesto ‘Che’ Guevara, ese
revolucionario romántico que llegó a ser, para muchos, un símbolo noble
de la lucha por la justicia social y contra la pobreza mundial. Su vida
se celebrará, entre otros lugares, en Rosario, Argentina, ciudad donde
nació y donde una estatua suya adorna una plaza.
Hace muchos años,
quienes profesaban admiración por el Che lo hacían con cierto
conocimiento y hasta convicción por la ideología comunista que él
promovía. Hoy hay pocos que realmente creen en el comunismo, pero la
imagen del Che se encuentra en todas partes. Su imagen se ha
comercializado a tal punto que quienes usan la camiseta o cualquiera del
sinfín de productos en los que figura, típicamente no saben a qué ideas
y valores dedicaba su vida el rebelde.
La ignorancia acerca
del Che lleva frecuentemente al absurdo. La modelo Gisele Bündchen, por
ejemplo, lució un bikini con la imagen del revolucionario en una pista
de modelaje, a pesar de que el Che fue enemigo declarado del
capitalismo. Unos años atrás vi en Hong Kong a uno de los líderes pro
democracia arropado en la camiseta clásica del argentino; eso, a pesar
de que el Che odiaba la democracia. En cierto sentido, el Che, o por lo
menos sus ideas, se han vuelto banales.
Pero las ideas
importan, y el mito del Che dista enormemente de la realidad. Por eso,
la Fundación Bases en Rosario ha llevado una campaña para remover la
estatua del Che de su ciudad. No lo logrará porque no tiene el apoyo
político suficiente en la municipalidad, pero sí ha logrado estimular un
debate necesario acerca del Che.
La verdad es que la
crueldad y la intolerancia extrema es lo que más caracterizaba al Che.
Eran cualidades que definían su ideología, metodología y personalidad.
Fue responsable, antes y después del triunfo de la revolución cubana, de
ejecutar a cientos de individuos a sangre fría sin debido proceso
alguno y a veces en juicios sumarios, frecuentemente por pensar
diferente de él o por ser meramente sospechosos. “Ante la duda, mátalo”,
instruyó el Che a uno de sus súbditos. En un discurso ante las Naciones
Unidas en 1964, aseguró que “sí, hemos fusilado, fusilamos y seguiremos
fusilando”.
En una carta que el
Che escribió a su padre, le confesó “realmente me gusta matar”. Ese
sentimiento también fue parte de su “Mensaje a la Tricontinental” en
1967 en que destacó “El odio como factor de lucha; el odio intransigente
al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser
humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría
máquina de matar”.
Y, por supuesto, el
Che fue figura clave en la instalación del sistema totalitario comunista
cubano que asesinó a más de 10.000 personas sin contar los miles de
muertos en aventuras militares en el extranjero o los más de 70.000 que
fallecieron al intentar fugarse de Cuba. Fue el Che quien estableció el
primer campo de concentración en Cuba para los homosexuales, religiosos y
demás “contrarrevolucionarios”.
Dada la realidad,
vale la pena preguntarse: ¿por qué persiste el mito del Che? El profesor
Paul Hollander observa que suele haber simpatía hacia el comunismo –y
no hacia el fascismo, que es igual de repugnante–, porque los comunistas
profesan ideales nobles y el apoyo a ellos sirve como crítica a la
sociedad de uno y señal de la supuesta superioridad moral de uno. En
todo el continente deberíamos agradecer a la Fundación Bases en la
ciudad natal del Che por impulsar una discusión basada en los hechos
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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