Leitura provocativa para os estatistas de todos os quadrantes, que
gostam de muito Estado e pouca sociedade, como se o maldito Estado
produzisse riquezas. Texto de Javier Jové, publicado no site Libertad.org:
No hay nada más social que el libre mercado. Veamos por qué.
El libre mercado y el capitalismo
El libre mercado y el capitalismo tienen una imagen muy negativa en
muchas sociedades. Son vistos como sistemas avaros, individualistas,
egocéntricos, carentes de humanidad y de sentimientos. Por el contrario,
el estatismo es visto como algo positivo, solidario, generoso,
desinteresado.
Sin embargo hay pocas cosas cuya percepción esté tan desajustada con la realidad.
Pese a esa visión tan negativa, lo cierto es que no hay nada más social que el capitalismo y el libre mercado.
El libre mercado
El libre mercado no puede darse en la soledad, requiere de la
participación de otros seres humanos, pero no de cualquier tipo de
participación, sino de la participación voluntaria de personas que
deciden intercambiar bienes y servicios.
En definitiva, el libre mercado consiste en satisfacer los deseos ajenos ¿acaso hay algo más bello y social?
El estatismo
El estatismo y el socialismo también requieren de la participación de
más seres humanos, sin embargo esa participación no es plena, es
limitada en el espacio, carece de vocación universal.
El estatismo crea fronteras, aranceles, barreras al intercambio
global. Constriñe, limita el alcance de la participación y de la
elección humana, las posibilidades de intercambio. Se inclina a la
autarquía. Además, la participación humana en el estatismo y el
socialismo no se guían por la voluntariedad, sino que impera la
coacción.
Ya no hay una relación de bilateralidad y horizontalidad entre dos
personas que desean satisfacer sus necesidades mutuamente y que llegan a
acuerdos voluntarios, sino que se rigen por relaciones verticales, de
jerarquía, de ordeno y mando.
Requiere de señores y súbditos, de gobernantes y ciudadanos.
El socialismo y el estatismo se basan en la obligatoriedad, en
limitar la capacidad de elegir en libertad de las personas. Es por ello
que dichos sistemas, al ser jerárquicos, son menos sociales, menos
morales. Así, esa aparente generosidad no surge del desprendimiento
personal, sino de la coacción estatal. Una generosidad impuesta, de
redistribución forzosa en base a criterios arbitrarios impuestos desde
arriba.
Sufragar servicios no deseados
El estatismo, al efectuar intercambios forzosos, no buscados
libremente por los individuos, no satisface de modo óptimo las
necesidades de las personas a las que presta el servicio, puesto que el
suministro de servicios públicos no son fruto de un intercambio
recíproco y buscado, sino suministrados a la fuerza por el Estado, por
los burócratas y políticos.
Nos obliga a sufragar servicios no deseados. La solidaridad estatal
no es tal, pues consiste en dar a un tercero lo que no es tuyo. No hay solidaridad real allí donde es obligatoria, así que no hay nada de moral en la redistribución estatal.
Nos dicen que es preciso ejercer la violencia redistributiva porque
de otro modo no habría solidaridad voluntaria y los necesitados
quedarían desamparados, pero la historia nos demuestra innumerables
casos de generosidad, obras de caridad y de mecenazgo.
Para paliar esa supuesta falta de solidaridad voluntaria de las personas, el Estado decide
imponer la solidaridad forzosa, ignorando que el Estado no es más que
una ficción que enmascara lo que hay detrás: personas que deciden por
otras personas.
Y presumir que el puñado de personas que dirigen el Estado van a ser
más rectas y solidarias que los millones de personas que viven en
sociedad, es mucho presumir.
El capitalismo es más social
Que el capitalismo es más social que el socialismo lo da simplemente la comparación entre la imagen de un mercadillo popular y la de las colas para acceder a un servicio público.
La interacción, la búsqueda del acuerdo para el intercambio, la
negociación, la variedad de productos y la posibilidad de elección,
frente a las frías colas del “espere su turno” para recibir un único
servicio de un único proveedor obligatorio, sin posibilidad de elección
ni de negociación con el funcionario de turno.
Así que cuando le hablen de políticas sociales, recuerde que las
únicas políticas verdaderamente sociales son aquellas que facilitan el
intercambio voluntario y colaborativo entre las personas, es decir, las
que relajan el corsé normativo y traen aires de libertad.
Porque lo que hoy nos venden como políticas sociales, tienen muy poco
de social y mucho de política… Política socialista, por supuesto.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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