Álvaro Vargas Llosa analisa, em artigo publicado pelo Instituto Independiente, os últimos acontecimentos na Venezuela depois das eleições de domingo passado:
Hay dos versiones
sobre por qué la oposición venezolana, que según las encuestas debía
obtener unas 17 gobernaciones de un total de 23, bajo un régimen
repudiado por el 80% de los ciudadanos y en un país donde el 95% asegura
que las cosas van muy mal, ha sido rotundamente derrotada por el
chavismo en las elecciones regionales. Elecciones, por cierto, que se
presentaban más como plebiscitarias que como estrictamente regionales.
Una tesis dice que el
gobierno cometió un fraude monumental: las elecciones estuvieron
organizadas por un Consejo Nacional Electoral que es un órgano de la
dictadura y está bajo supervisión de una Asamblea Nacional Constituyente
sin reconocimiento internacional; el gobierno impidió que la oposición
tuviera testigos en innumerables centros de votación; los locales donde
la gente debía votar fueron trasladados a último momento a lugares que
son bastiones del chavismo; el aparato de intimidación funcionó con la
rotundidad acostumbrada bajo el paraguas del “Plan República” y el gasto
del Estado para comprar votos fue, como siempre, cuantioso.
La otra tesis dice
que la oposición fue víctima de dos fenómenos sociales que juegan un
papel político creciente: la emigración y el desencanto. Los venezolanos
que han salido del país, o tratan de hacerlo, sumados a los que
decidieron abstenerse porque han perdido la fe en el cambio y en la
capacidad de la oposición para lograrlo, explicarían una parte de los
2,3 millones de votos que la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) ha
perdido desde que en 2015 aplastó al chavismo en las elecciones
parlamentarias.
¿Cuál de las dos es
la acertada? Ambas. De un tiempo a esta parte, la vía electoral ha
quedado cerrada para la oposición y por tanto para la transición
democrática. Esto, que ya era cierto, quedó oleado y sacramentado con la
sustitución de las instituciones republicanas por la Asamblea Nacional
Constituyente, que no cuenta con un solo opositor y ha abolido la
democracia formal. Pero también es cierto que, como en Cuba en su día,
el éxodo masivo y el desánimo van reduciendo la fuerza de la resistencia
democrática. Ello fue especialmente notorio en una jornada como la del
domingo que no ofrecía la menor ilusión.
La comunidad
internacional -Estados Unidos, Europa, el Grupo de Lima- ha pedido una
auditoría del escrutinio. Ella no es ni siquiera posible. Sólo la
dictadura tiene actas electorales: a la oposición no le fue posible
obtener copia de la mayoría de ellas, lo cual le impide “probar” el
fraude cotejándolas con las oficiales del Consejo Nacional Electoral.
Acertaron quienes
-como María Corina Machado y Antonio Ledezma- pidieron a la oposición no
prestarse a esta mascarada electoral y erraron los de la MUD, en muchos
casos de buena fe ante la incapacidad de las recientes movilizaciones
callejeras para precipitar la transición, al aceptar la convocatoria
(con meses de tardanza) a estos comicios. Como errarán si, ahora, se
prestan a un “diálogo” con Maduro sin garantías elementales cuya única
finalidad sería evitar sanciones de la Unión Europea.
¿Cuál es, entonces,
la salida? La clásica: la mayor presión interna y externa posibles. Pero
convengamos en que, a pesar de la impopularidad colosal del gobierno y
el dantesco infierno en que están sumidas la sociedad y la economía
hiperinflacionaria, las razones para el optimismo escasean tanto como el
número de actas electorales creíbles. La esperanza que trajeron las
movilizaciones masivas y el despertar de la comunidad internacional en
la primera parte de este año (el mediodía) ha cedido el lugar, en pocos
meses, a un intenso y “koestleriano” desánimo (la oscuridad).
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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