Dura crítica de
Guillermo Rodríguez González, do Instituto Juan de Mariana, a uma
geração mal formada e infantilizada que começa agora a desenhar o futuro
de sociedades que "dependem da ordem social mais livre, complexa,
diversa e avançada que conhecemos". De fato, uma sociedade em que
prevaleçam adultos infantilizados será, fatalmente, socialista. "E, como
tal, invejosa, irracional, miserável e violenta":
En buena parte del
mundo la generación peor formada y más infantilizada que se ha visto en
siglos comienza a forjar el futuro de sociedades que dependen del orden
social más libre, complejo, diverso y avanzado que hemos conocido. Que
den por hecho ciencia, tecnología, industria y comercio, productos de un
complejo orden espontáneo que atacan negando fanáticamente que en ausencia de aquél desparecerán sus frutos. Que confundan voluntariosamente sentimientos con derechos, deseo con realidad y pensamiento blando con filosofía y ciencia social. Señalan la creciente proximidad en la forma de entender el mundo de infantilizados idiotas
que incluyen infinidad de graduados de las mejores universidades de
todo el continente americano y Europa occidental; a la de salvajes
primitivos. Fuente inagotable de amenazas a la libertad es lo que del hombre primitivo subsiste en el hombre civilizado. Emerge en anhelos ancestrales racionalizados en ideología por intelectuales socialistas. Y en barbarie ocasionalmente desatada.
Una sociedad en que prevalezcan adultos infantilizados será socialista. Y como tal, envidiosa, irracional, miserable y violenta. También una tragedia genocida maltusiana de escala polpotiana. Los nuevos salvajes carecen de las habilidades de los primitivos para sobrevivir sin la civilización
que inconscientemente destruirían. Ignoran que la libertad depende del
que en las conciencias prevalezca la noción de civilización que resumió
Benito Juárez, cuando tras el derrocamiento del Segundo Imperio Mexicano
en 1867, afirmó:
“…encaminemos ahora
todos nuestros esfuerzos a obtener y a consolidar los beneficios de la
paz. Bajo sus auspicios, será eficaz la protección de las leyes y de las
autoridades para los derechos de todos […]. Que el pueblo y el gobierno
respeten los derechos de todos. Entre los individuos, como entre las
naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.”
Contrario a lo que el totalitarismo entiende por paz,
la paz en la civilización es recíproca a la libertad porque sin
libertad sería inconcebible la obligación pasivamente universal que la
determina. Como hay quienes ingenua o taimadamente confunden libertad con poder, libertad ha llegado a significar una cosa y la contraria. Conviene aclarar qué entendemos por libertad.
En el contexto de la convivencia en sociedad es lo que Friedrich Hayek definió como: “aquella
condición de los hombres por la que la coacción que algunos ejercen
sobre los demás queda reducida, en el ámbito social, al mínimo”.
Mientras libertad
interior sería ausencia de condiciones –temporales o permanentes– que
impidan al buen juicio controlar pulsiones instintivas. Nada novedoso.
Desde la antigüedad clásica se entiende que el hombre solo puede ser
libre en sociedad en tanto sea dueño de sus pasiones. Tampoco hay
novedad en que el salvaje y el infante coincidan, hasta cierto punto, en
ser esclavos de sus emociones. Ni en que no todo el que sea
materialmente primitivo será un salvaje, aunque todo salvaje será
moralmente primitivo.
No se me escapa que
con la definición de libertad en el orden social que cito sería más
fácil alcanzar un fuerte consenso en torno a no superar nunca el mínimo
de coacción indispensable, que acordar en dónde estaría ese mínimo para
cada caso particular. Tampoco que con algo de sutileza se descubre
pronto lo que del salvaje subsiste en el hombre civilizado. Igualitarismo colectivista causal de convicción moral errónea que conduce a una ética impracticable.
Errónea para orientar
la acción individual en el orden civilizado –pero viable y útil para
operar dentro de pequeños grupos fuertemente cohesionados y
consensualmente altruistas que en civilización prosperan– Se sostiene
esa moral limitada menos en altruismo y solidaridad y más en envidia,
una pasión primitiva que en el marco de la civilización es considerada
vicio malsano. Notable paradoja que tuviera y siga teniendo en un
limitado contexto utilidad evolutiva lo que más ampliamente es
enfermedad moral.
Con la clásica
definición de libertad interior es evidente que el hombre que pierde su
buen juicio ante el poderoso tipo de sentimiento llamado pasión, habría
perdido su libertad interior en el mismo sentido que con la enfermedad
mental o el efecto de ciertas drogas. Equiparando en cuanto a estos
efectos pasión y enfermedad, la diferencia es que sería enfermedad
moral. No psicológica, ni neuronal.
La enfermedad moral
se ha denominado usualmente vicio. Que al dársele voluntariamente
entrada, se sobrepone a la voluntad, la domina y la sustituye. Y aunque
la voluntad del adulto con buen juicio generalmente dominará sus
pasiones, desde el momento en que pierda el control de alguna, su vicio
será adicción involuntaria.
Que muchos mueran por dentro aferrándose a la vida miserable y algunos prefieran su destrucción a someterse al totalitarismo.
Que para conservar la dignidad de su libertad interior soporten la
tortura y acepten la muerte antes de renunciar a su conciencia. Señala
como paradójica pasión la de estar libre de pasiones a ese grado
heroico. El infantilizado nuevo salvaje
desconoce la libertad interior y aborrece la libertad en el orden
social. La dignidad del hombre libre le repugnará al punto de
considerarla brujería
o enfermedad. Si llega a prevalecer sufriremos su cacería de brujas, de
una u otra forma. Como el historiador Paul Johnson explica:
“Freud mostró signos
del carácter de un ideólogo mesiánico en el siglo XX en su peor
expresión, tales como […] considerar a quienes discrepaban con él […]
inestables y necesitados de tratamiento. […] “Me inclino”, escribió a
Jung, poco antes de la ruptura entre ambos, “a tratar a los colegas que
ofrecen resistencia exactamente como tratamos a los pacientes en la
misma situación”. Dos décadas más tarde, el concepto que implica
considerar que el disidente padece una forma de enfermedad mental, que
exige la hospitalización compulsiva, habría de florecer en la Unión
Soviética en una nueva forma de represión política.”
Que los infantilizados e hiper-emocionales niños malcriados que son los nuevos salvajes sean risibles no debe hacernos perder de vista que son tan peligrosos como cualesquiera otros viciosos fanáticos iluminados por alguna utopía totalitaria. (PanAm Post).
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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