sábado, 2 de setembro de 2017

Um geração de malcriados e selvagens só pode trazer o inferno à Terra


Dura crítica de Guillermo Rodríguez González, do Instituto Juan de Mariana, a uma geração mal formada e infantilizada que começa agora a desenhar o futuro de sociedades que "dependem da ordem social mais livre, complexa, diversa e avançada que conhecemos". De fato, uma sociedade em que prevaleçam adultos infantilizados será, fatalmente, socialista. "E, como tal, invejosa, irracional, miserável e violenta":


En buena parte del mundo la generación peor formada y más infantilizada que se ha visto en siglos comienza a forjar el futuro de sociedades que dependen del orden social más libre, complejo, diverso y avanzado que hemos conocido. Que den por hecho ciencia, tecnología, industria y comercio, productos de un complejo orden espontáneo que atacan negando fanáticamente que en ausencia de aquél desparecerán sus frutos. Que confundan voluntariosamente sentimientos con derechos, deseo con realidad y pensamiento blando con filosofía y ciencia social. Señalan la creciente proximidad en la forma de entender el mundo de infantilizados idiotas que incluyen infinidad de graduados de las mejores universidades de todo el continente americano y Europa occidental; a la de salvajes primitivos. Fuente inagotable de amenazas a la libertad es lo que del hombre primitivo subsiste en el hombre civilizado. Emerge en anhelos ancestrales racionalizados en ideología por intelectuales socialistas. Y en barbarie ocasionalmente desatada.
Una sociedad en que prevalezcan adultos infantilizados será socialista. Y como tal, envidiosa, irracional, miserable y violenta. También una tragedia genocida maltusiana de escala polpotiana. Los nuevos salvajes carecen de las habilidades de los primitivos para sobrevivir sin la civilización que inconscientemente destruirían. Ignoran que la libertad depende del que en las conciencias prevalezca la noción de civilización que resumió Benito Juárez, cuando tras el derrocamiento del Segundo Imperio Mexicano en 1867, afirmó:
“…encaminemos ahora todos nuestros esfuerzos a obtener y a consolidar los beneficios de la paz. Bajo sus auspicios, será eficaz la protección de las leyes y de las autoridades para los derechos de todos […]. Que el pueblo y el gobierno respeten los derechos de todos. Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.”

Contrario a lo que el totalitarismo entiende por paz, la paz en la civilización es recíproca a la libertad porque sin libertad sería inconcebible la obligación pasivamente universal que la determina. Como hay quienes ingenua o taimadamente confunden libertad con poder, libertad ha llegado a significar una cosa y la contraria. Conviene aclarar qué entendemos por libertad.

En el contexto de la convivencia en sociedad es lo que Friedrich Hayek definió como: “aquella condición de los hombres por la que la coacción que algunos ejercen sobre los demás queda reducida, en el ámbito social, al mínimo”.

Mientras libertad interior sería ausencia de condiciones –temporales o permanentes– que impidan al buen juicio controlar pulsiones instintivas. Nada novedoso. Desde la antigüedad clásica se entiende que el hombre solo puede ser libre en sociedad en tanto sea dueño de sus pasiones. Tampoco hay novedad en que el salvaje y el infante coincidan, hasta cierto punto, en ser esclavos de sus emociones. Ni en que no todo el que sea materialmente primitivo será un salvaje, aunque todo salvaje será moralmente primitivo.

No se me escapa que con la definición de libertad en el orden social que cito sería más fácil alcanzar un fuerte consenso en torno a no superar nunca el mínimo de coacción indispensable, que acordar en dónde estaría ese mínimo para cada caso particular. Tampoco que con algo de sutileza se descubre pronto lo que del salvaje subsiste en el hombre civilizado. Igualitarismo colectivista causal de convicción moral errónea que conduce a una ética impracticable.

Errónea para orientar la acción individual en el orden civilizado –pero viable y útil para operar dentro de pequeños grupos fuertemente cohesionados y consensualmente altruistas que en civilización prosperan– Se sostiene esa moral limitada menos en altruismo y solidaridad y más en envidia, una pasión primitiva que en el marco de la civilización es considerada vicio malsano. Notable paradoja que tuviera y siga teniendo en un limitado contexto utilidad evolutiva lo que más ampliamente es enfermedad moral.

Con la clásica definición de libertad interior es evidente que el hombre que pierde su buen juicio ante el poderoso tipo de sentimiento llamado pasión, habría perdido su libertad interior en el mismo sentido que con la enfermedad mental o el efecto de ciertas drogas. Equiparando en cuanto a estos efectos pasión y enfermedad, la diferencia es que sería enfermedad moral. No psicológica, ni neuronal.

La enfermedad moral se ha denominado usualmente vicio. Que al dársele voluntariamente entrada, se sobrepone a la voluntad, la domina y la sustituye. Y aunque la voluntad del adulto con buen juicio generalmente dominará sus pasiones, desde el momento en que pierda el control de alguna, su vicio será adicción involuntaria.

Que muchos mueran por dentro aferrándose a la vida miserable y algunos prefieran su destrucción a someterse al totalitarismo. Que para conservar la dignidad de su libertad interior soporten la tortura y acepten la muerte antes de renunciar a su conciencia. Señala como paradójica pasión la de estar libre de pasiones a ese grado heroico. El infantilizado nuevo salvaje desconoce la libertad interior y aborrece la libertad en el orden social. La dignidad del hombre libre le repugnará al punto de considerarla brujería o enfermedad. Si llega a prevalecer sufriremos su cacería de brujas, de una u otra forma. Como el historiador Paul Johnson explica:

“Freud mostró signos del carácter de un ideólogo mesiánico en el siglo XX en su peor expresión, tales como […] considerar a quienes discrepaban con él […] inestables y necesitados de tratamiento. […] “Me inclino”, escribió a Jung, poco antes de la ruptura entre ambos, “a tratar a los colegas que ofrecen resistencia exactamente como tratamos a los pacientes en la misma situación”. Dos décadas más tarde, el concepto que implica considerar que el disidente padece una forma de enfermedad mental, que exige la hospitalización compulsiva, habría de florecer en la Unión Soviética en una nueva forma de represión política.”

Que los infantilizados e hiper-emocionales niños malcriados que son los nuevos salvajes sean risibles no debe hacernos perder de vista que son tan peligrosos como cualesquiera otros viciosos fanáticos iluminados por alguna utopía totalitaria. (PanAm Post).
BLOG ORLANDO TAMBOSI

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