Eduardo
Goligorsky faz certeira crítica dos intelectuais ocidentais, cúmplices
do terrorismo. Trata-se, mesmo, de contrabando ideológico, difundido
pela maldição politicamente correta:
Al principio los llamábamos “buenistas“.
Empiezo a dudar que esta sea la denominación correcta. Aquí opera algo
distinto de la bondad mal entendida y peor encaminada. Tal vez sea un
síntoma de atrofia intelectual o, más grave aun, de un odio latente
contra nuestra sociedad capitalista, producto, a su vez, de la
frustración y el resentimiento por el fracaso de los regímenes
totalitarios del siglo pasado. Sea como fuere, esta peculiar manía se
manifiesta a través de tortuosas argumentaciones destinadas a hacernos
creer que nosotros somos los culpables de que muchos islamistas, sobre
todo jóvenes, se incorporen a las filas del terrorismo. Con el añadido
de que estos mismos pactistas inventan fórmulas espurias para
congraciarnos con los terroristas y para que estos puedan satisfacer sus
apetitos de hegemonía.
Contrabando ideológico
El
sociólogo y profesor Manuel Castells dicta cátedra sobre los orígenes de
la ofensiva necrófila y las tácticas para combatirla con eficacia o,
más precisamente, para caer simpáticos a los agresores potenciales y
aplacar su beligerancia. Hubo que esperar la intervención de este sabio
multipremiado para que nosotros, pobres profanos prejuiciosos,
conociéramos el secreto de la convivencia con el islam. Los 19 millones
de musulmanes que viven en Europa:
…simplemente piden respeto a sus valores y tradiciones (…) Pero ello requiere una voluntad política, apoyada por la ciudadanía, que implica una tolerancia cultural y social profunda, que se contradice con la hostilidad creciente después de cada atentado. La crisis educativa y laboral de los jóvenes musulmanes discriminados requeriría darles una prioridad que los ciudadanos rechazan.
Al fin y
al cabo, el ilustre Castells no ha descubierto la pólvora: la
discriminación positiva es una apolillada receta de los progres, cuya
eficacia para perpetuar la mediocridad está demostrada. Pero el
contrabando ideológico no acaba aquí. Hay algo peor. ¿Cuáles son “los
valores y tradiciones” que debemos respetar? ¿Qué es lo que debe amparar
la “tolerancia cultural y social profunda”? A lo que se suma el
reproche y la culpabilización con que el amonestador castiga a la
ciudadanía por “la hostilidad creciente después de cada atentado”.
Castells
comulga con la lógica perversa de los reclutadores del Estado Islámico
cuando rastrea los orígenes del fenómeno terrorista:
Los terroristas son jóvenes musulmanes radicalizados, que rechazan los valores dominantes de la sociedad en que viven, se solidarizan con sus correligionarios en Medio Oriente y se sienten parte de un movimiento global para defender el islam. La mayoría de los terroristas en Europa son europeos, nacidos y criados en nuestros países y ciudadanos de su país.
Atavismos retrógrados
O sea
que el docto Castells enseña que el desarrollo de una sociedad
civilizada pasa por la incorporación de los atavismos retrógrados que
traen algunos migrantes, atavismos retrógrados que, además, se irán
consolidando entre quienes, nacidos y criados en el país de acogida,
“rechazan los valores dominantes de la sociedad en que viven”.
Una
pizca de racionalidad, por favor. Escribe Giovanni Sartori (La sociedad
multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros, Taurus, 2001),
explicando por qué las diferencias de los asiáticos no despiertan
resistencia en las sociedades occidentales, en tanto que sí la
despiertan las de los musulmanes:
La cultura asiática también es muy lejana a la occidental, pero sigue siendo laica en el sentido de que no se caracteriza por ningún fanatismo o militancia religiosa. En cambio, la cultura islámica sí lo es. E incluso cuando no hay fanatismo sigue siendo verdad que la visión del mundo islámica es teocrática y que no acepta la separación entre Iglesia y Estado, entre política y religión. Y que, en cambio, esa separación es sobre la que se basa hoy –de manera verdaderamente constituyente– la ciudad occidental. Del mismo modo, la ley coránica no reconoce los derechos del hombre (de la persona) como derechos individuales universales e inviolables, otro fundamento, añado, de la civilización liberal. Y estas son las verdaderas dificultades del problema. El occidental no ve al islámico como infiel. Pero para el islámico el occidental lo es.
Sartori
previene, asimismo, contra la tentación de conceder la ciudadanía, como
vía de integración, a los migrantes enrocados en culturas anacrónicas
que los demagogos populistas ven como caladeros de votos:
La experiencia dice, pues, que conceder la ciudadanía no equivale a integrar. No existe ningún automatismo entre ambas cosas, y el caso más probable para nosotros es que la concesión de ciudadanía dé fuerza y peso a agrupaciones de contraciudadanos. Un alcalde italiano del sur cuya elección está condicionada por el voto mafioso es casi inevitable, aunque finjamos no saberlo, que ceda y conceda ante la mafia. Será previsiblemente lo mismo respecto a las comunidades extracomunitarias, en especial si son islámicas, si se concede a sus miembros el derecho de voto. Ese voto servirá, con toda probabilidad, para hacerles intocables en las aceras, para imponer sus fiestas religiosas (el viernes) e incluso (son problemas en ebullición en Francia) el chador a las mujeres, la poligamia y la ablación del clítoris.
Aclara
Sartori en una nota al pie de página que “la poligamia es practicada
actualmente en París por cerca de doscientas mil familias islámicas”.
Horda asesina
Retornemos
a la cruzada que libra Castells en busca de medios para congraciarnos
con los jóvenes tentados por el yihadismo, aunque ello implique aceptar
que se aíslen de los valores dominantes de nuestra sociedad. Uno de sus
argumentos, compartido con otros apaciguadores empeñados en demostrar
que los cristianos no son las víctimas predilectas de los islamistas se
vuelve, como un bumerán, contra quien lo enuncia. Sostiene Castells,
próximo a diagnosticarnos una paranoia colectiva:
Y hay que recordar que el peor terrorismo islámico ocurre en países islámicos. Ha habido cien veces más víctimas musulmanas que víctimas cristianas. Aun así, el pavor que suscita el terror indiscriminado está teniendo un efecto profundo en nuestro modo de vida. El miedo cotidiano corroe la convivencia. Y aunque los radicalizados sean una ínfima minoría, aumentan en cantidad y velocidad de su radicalización, a partir de la conexión creciente entre Medio Oriente y lo que sucede en Europa.
Por fin
una verdad como la copa de un pino en medio de tanta retórica
complaciente. “Ha habido cien veces más víctimas musulmanas que víctimas
cristianas”. Esta es la prueba de que nos ataca una horda asesina (y
suicida) sedienta de sangre, tan feroz que se ensaña con sus propios
correligionarios por un pleito sobre la dinastía de Mahoma: chiíes
contra suníes, suníes contra chiíes, todos contra azeríes y sufíes.
Estos últimos son unas víctimas musulmanas inocentes, martirizadas por
practicar un pacifismo que las otras ramas del islam juzgan herético.
En el punto de mira
Si todo
se redujera a un “que se maten entre ellos”, como proponen algunos
estrategas de pacotilla… Pero no es así. Quienes estamos en el punto de
mira de todas estas sectas oscurantistas que quedaron ancladas en las
supersticiones del siglo VII somos los infieles, o sea quienes nos
guiamos por los valores y la cultura de la civilización occidental, y
quienes, después de pasar por la cruenta experiencia de nuestras propias
guerras de religión –Reforma y Contrarreforma–, entramos en la órbita
de la Ilustración.
Y son
estos valores y esta cultura los que debemos salvaguardar con uñas y
dientes –y con las armas más sofisticadas– cuando los vándalos se
conjuran para aniquilarlos.
El
predicador Castells remata su sermón afirmando: “Hacer una alianza de
líderes religiosos cristianos y musulmanes por la paz y la vida puede
ser más eficaz que las bombas respecto de un movimiento de referencia
religiosa, deslegitimando el terrorismo”. Los modelos de esos líderes
son, según Castells,
…el papa Francisco y su equivalente suní, el rector de la mezquita Al Azhar de El Cairo, adonde fue Francisco hace unas semanas.
Fórmulas para derrotarlos
Jorge Soley desmonta este burdo tinglado, pieza por pieza, en “El Papa y el Gran Imán en Al Azhar”.
El imán Al Tayib, de la pseudouniversidad Al Azhar, no es el
equivalente del Papa porque los musulmanes no cuentan con esa jerarquía
suprema, y lo que el pontífice peronista –empático con Nicolás Maduro,
Raúl Castro, y Evo Morales– sacó en limpio de esa entrevista fue la
enseñanza, impartida por el imán, de que “la única solución para el
mundo pasa por abrazar el islam y someterse a Alá pasando por la
sharia”. Aprendida la lección, el humillado Francisco volvió a Roma para
enviar un mensaje de solidaridad a la mafiosa argentina Milagro Sala.
No
existen fórmulas para congraciarse con los terroristas. Sí las hay para
derrotarlos, y el futuro de la civilización occidental depende de que
sus fuerzas de seguridad y sus servicios de inteligencia las apliquen
con rigor, sin dejarse distraer por los charlatanes derrotistas.(Libertad.org).
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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